¿POR QUÉ NOS PONEMOS DEL LADO DEL INFIEL?/
Apología del cornudo

CUERNOS/Por: Cicco. Ahora que volvió el amor entre Juanita Viale y Manguera Valenzuela, y vacacionan felices y descomprimidos en la selva de Costa Rica, ahora que el libro de Martín Lousteau volvió a vender chauchas y palito, podemos reflexionar libremente sobre los cuernos, sin quedar pegado al intríngulis aquí mencionado. 

La larga historia del macho cheronca ha empañado, el rol del cornudo. Por eso, es hora de devolverle su merecido lugar. No es sólo la sociedad la que pone al cornudo en un lugar de debilidad, también lo hace la justicia. Un cornudo, vamos a decirlo así, merece la piedad de todos. Es como las enfermedades bacteriológicas: no hay barbijo que garantice que uno esté a salvo de los cuernos. Este temor ancestral hace que uno no quiera ver nunca a la víctima. Teme que sea contagioso.

Por otra parte, y del otro lado del mostrador, o mejor dicho, del otro lado de la cama, ahí lo tiene al infiel y al tercero/a en discordia, que aún cuando la ley no los proteja, suelen tener la adhesión mancomunada de la sociedad toda. Queremos al que mete los cuernos, del mismo modo en que queremos al que roba un banco: nos divierte siempre ver cómo la gente se sale con la suya, y cuando los atrapan nos lamentamos. A pesar de que en las fotos luzcan apenados tras la revelación de la infidelidad, los infieles gozarán siempre de la adhesión popular básicamente porque son los que mejor la han pasado. En algún punto de nuestro inconsciente, siempre estamos del lado de la gente que la pasa bien.

Es por estas razones que todo el mundo olvidó quién corno era Martín Barrantes. En cambio, la carrera de Pampita, su ex esposa, acusada de la infidelidad que acabó con el matrimonio, siguió siempre ascendente, siempre próspera, siempre popular. Pero verlo a Barrantes, antes galán y pintón, tras la infidelidad, es como ver a un boxeador que vio la lona y que nunca volvió a reír.

La sociedad criticará con saña a los estafadores, a los embaucadores, a los que cortan una calle. Pedirán severas penas para todos ellos. Se escandalizarán por la deserción escolar, por la violencia en las aulas. Pero nadie pondrá el grito en el cielo para castigar a alguien que mete los cuernos. Porque la gente pondrá siempre su corazón junto a los infieles. Los tienen en alta estima. Los suben al podio de los inconformistas. Los confunden con los rebeldes del sistema.

Estar del lado de los infieles, así  parece, es como estar del lado de la gente con ambiciones en la vida. En ese sentido, el matrimonio es el equivalente al entierro. Una gran montaña de tierra encima, que, para sobrevivir a ella, hay, primero que renunciar a la vida.

El infiel es  glamoroso. Rápido de reflejos. Encendido. Carismático. En ascenso en el mercado sexual. Eso es lo que nos magnetiza tanto. Pero a mí me importa un joraca estas cosas.

Porque, quiere que le diga algo: yo estoy del lado de los cornudos. Merecen todo mi respeto. Será por eso que nunca me gustó la novela Madame Bovary, la historia de una chica caprichosa que termina siendo infiel a su marido, que no tendrá grandes luces, pero le da, a su manera, todo el amor que puede ofrecer un hombre. Flaubert, su autor, decía que él era Bovary. Al carajo con él. El pobre tipo cumplió con su palabra. Fue coherente con su compromiso. Él es el ganador de la historia.

El cornudo es el eslabón perdido de la infidelidad. Nadie quiere hablar de él. Es como el desperdicio que queda después de toda combustión. Que las maldiciones caigan sobre los infieles. Pero el cornudo, ese sí que vale oro.

En lugar de buscar al tercero en discordia, y al protagonista de la infidelidad, los medios deberían ensalzar al cornudo. Y para empezar, cambiarle ya mismo de nombre, que viene de los tiempos en que el emperador de Bizancio –otros lo adjudican al mito de Minotauro- se acostaba con las esposas de su cortesanos y dejaba unos cuernos en la puerta que, para entonces, otorgaban cierta dignidad, hoy perdida. Por eso, no más cornudo, señores. Cornudo es para los perdedores. Es como llevar una maldición a cuestas. Como tener prontuario y salir a buscar trabajo. Nadie, en este mundo, quiere darle una oportunidad a un cornudo. Ha padecido la enfermedad más temida en este planeta. Mejor tenerlo alejado. Pero el cornudo, a pesar del revés, y más allá de lo que diga Flaubert y los que apoyan la traición, es un ser recto y honorable. Deberían merecer un título a su altura. Un título que el cornudo pueda llevar ante la vida, como una medalla y no como una meada. Se aceptan sugerencias.

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