LA FÁBRICA MEDIÁTICA
Cómo se crea la vedette perfecta

Wanda NaraPor: Cicco. Todos los lunes, una vez a la semana, me tomo un tiempo para pensar –no más de media hora-, mientras el resto de los días, simplemente los transito diciendo incoherencias y cultivando rabanitos en una huerta al fondo de casa. El último lunes, en dicho acotado horario, pensaba en qué tema de alto impacto y repercusión mediática fuera la comidilla de los paneles tuttifruti de la tarde, qué asunto de creciente interés general, personalmente, no me interesara un comino, o, por qué no, un rabanito, y pudiera reflexionar sobre él en esta edificante columna y hacerle perder a usted unos preciosos minutos de su tiempo mientras yo me gano mi sueldo como analista en este sitio rodeado de eminentes colegas.

Después de mucho evaluar –había tantos temas- concluí: y por qué no hablar de la famosa guerra de vedettes, un conflicto que se expande como derrame de petróleo en el Riachuelo, o como mancha de tuco en la camisa, o como replay de “Patinando por un sueño”, y que, si se lo estudia con detenimiento, se remonta hasta la mitológica guerra de Troya –diosas rivales en el Olimpo que luchan por imponer a su bando favorito, donde mueren millones de personas que sirven de caldo de cultivo para que Homero escriba su magnífica Ilíada, siglos antes de su participación en Los Simpsons-.

Para empezar, algunos datos al pie de la guerra de vedettes en su etapa más cruenta: Moria Casán se pelea con Flor de la V porque Flor incluye a Susana y a Mirtha y a ella misma en el podio de las divas argentinas, pero la deja a Moria fuera. Moria además se pelea con Celina Rucci porque inaugura un restó en Palermo a escasos días de la apertura del suyo, donde ofrece platos aparentemente con pechugas de mejor calidad. Victoria Vanucci se pelea con Wanda Nara porque dice que el jurado de “Patinando por un sueño”, la favorece porque es más popular, aún cuando patina como pollo con hemorroides. Nazarena Vélez se pelea con Claudia Fernández con quien comparte obra de teatro, porque ambas quieren llevar de gira un vestido del mismo color –no es la primera vez, se cree también que, una de las causas de la ruptura del movimiento surrealista, fue que Dalí no toleraba que André Breton llevara calcetines del mismo color de sus pesadillas-.

Sólo con esforzarme un poquito más en la búsqueda –cosa que, como verá aquí, no me tomé el trabajo de hacer- hubiese podido hallar infinidad de ejemplos del mismo tono. Batallas entre vedettes abruptas, encendidas e indefinidas que vienen y van como recuento de voto cordobés.

La clave principal a resolver en este asunto es: ¿y por qué pelean siendo todas tan bonitas y parejamente penetrables? Y la respuesta es: pelear es su único modo de subsistencia. El caballo se alimenta de alfalfa. El pajarito de alpiste. Yo, de rabanitos. Y la vedette se alimenta de roña. Esta la explicación al respecto y la ampliaré en el siguiente párrafo. Acompáñeme.

Una vez que se tiene un buen par de lolas, y cola robusta como sánguche de pebete, cara de diablita y lengua bífida, sólo queda una cosa por hacer a la hora de recibir el bautismo como vedette: abrir oportunamente la boca y pelearse con alguien más popular que uno. Los periodistas de espectáculo denominan entrevista a ese espacio que queda vacío entre las fotos de vedettes en tarlipes, un género que se dicta en las universidades de periodismo, que es tema de debate y que sin embargo, tiene un carácter más bien secundario en el protagonismo del lector. En dichas entrevistas siempre hay un título, en caracteres más gruesos y altisonantes, que el lector oportunamente olvida al ver la mujer en cuestión con la cola apuntando a sus ojos, como si, de un momento a otro, fuera a cobrar vida y lanzar su candidatura a intendente de Pilar. Este título siempre debe parecer novedoso. Y es necesario que la mujer en cuestión simule una vida en permanente cambio. Debe tener hijos constante y alegremente como Maru Botana o como conejo de Pascuas, descubrir a un gurú, ser engañada –por el gurú-, caerse del balcón y rebotar, adoptar niños de culturas exóticas que combinen con las botas de Ricky Sarckany, conocer el Muro de los Lamentos y acariciar, cuanto menos, un bulto de futbolista de primera A. Todo eso debería suceder, aunque sea en teoría, aún cuando la vida de la vedette sea torrencialmente rutinaria.

Hete aquí, como verá, un esforzado trabajo creativo y marketinero que recae en los hombros de las pobres chicas, ya bastante cargados con el peso de sus propias lolas –imagine usted cómo serían sus días si tuviera que transportar cinco kilos de milanesa el resto de su vida sobre su pecho-.

En el inicio de su carrera, Wanda Nara trazó el decálogo de la vedette perfecta. Dijo que Maradona la quiso pinchar como piñata. Y que aún con ese cuerpo que Dios le dio –Dios es muy generoso a veces-, era virgen ante el Señor, la santísima Iglesia y su mamá Norita. Luego, tras desmentir sus dichos –hubo un malentendido: no era virgen, era devota de la virgen, y Maradona la acosó, pero en un viaje astral-, Wanda habló debidamente porquerías de todas sus compañeras, consiguió un tete a tete en el programa de Susana, y filtró un video xxx en Internet donde supuestamente bebía la gaseosa con pajita de su ex novio, o algo así. Y hoy, para rematar, Nara entabla un juicio millonario contra los portales que promocionaron dicho video, aún cuando admitió por lo bajo: “En realidad, todavía no sé si soy yo la que aparece”, lo cual hace suponer que Wanda ha filmado infinidad de videos con similares pajitas en su boca, o algo así. Y, como frutilla de la torta, o como rabanito de la ensalada, en su tren por convertirse en vedette hecha y derecha, Wanda dijo que lanzará este mes su carrera como cantante, un anuncio que provocó una creciente expectativa en los medios, tendió un halo de intriga entre vedettes y disparó una caída precipitada del índice Merval y la bolsa en Japón.

Ahora bien, si Wanda, o quien decida vivir del cultivo de su cuerpo, sobrevive a décadas de guerra, granizo y alguno que otro que le siembre la batata, si produce infinidad de títulos en revistas del corazón y se las prende en el pecho como condecoraciones de batalla, quizás a los 60 años llegue a ser considerada una diva e ingrese al podio de veterana potable de la televisión argentina. Y así, en fin, le den un programa en un importante canal abierto, para que simplemente apoye su culo cansado y entreviste a figuras de renombre internacional, mientras paulatinamente convierte su imagen y su silueta en un miembro estable del museo de cera. Un miembro bien pago, glorioso e internacionalmente reconocido, portada inamovible de revistas, que, ante el más mínimo cambio, simplemente se derrite.

Opiná sobre esta columna en nuestro libro de visitas