GLORIA A SOLANO LÓPEZ/
Del Eternauta a la eternidad

EL ETERNAUTA Y SOLANO LÓPEZ/Por: Cicco. Si la grandeza de un hombre se midiera por su humildad, Francisco Solano López, el hombre que dibujó  “El eternauta”, sería uno de los hombres más grandes del planeta. Solano murió una semana atrás, con más de 80 años y tal vez ahora se sepa que ese pequeño gran hombre, fue el mejor historietista de la Argentina, por lejos.

A los 25 años, Solano ya se había iniciado como dibujante en Misterix. Los grandes escritores de cómic del momento tuvieron la música de sus dibujos apabullantes. Él fue quien concibió la fiereza pétrea de los Manos, le puso rostro y movimiento heroico a Salvo. Solano tramó aquella escena de combate alienígena en el Monumental. Y le puso ese brillante terror helado al granizo que sepultó a la humanidad en el Eternauta. Por las connotaciones políticas del mensaje, tuvo que exiliarse en España durante la dictadura –Oesterheld, el guionista, su par, el Lennon de McCartney, no tuvo la misma suerte-.

Muerto Oesterheld, Solano se ocupó el resto de su vida a reflotar a su héroe. Un año atrás, “Tiempo Argentino” aceptó relanzar la historieta, tal como había sido publicada en los inicios en Hora Cero Semanal, en los años ’50 durante 106 números.

Pero Solano era mucho más que el Eternauta. Él era uno de los dibujantes de historietas más requeridos por el mercado europeo. Su especialidad, las tiras de alto voltaje erótico. Las chicas de Solano aún te vuelan el mate. Son su prototipo de mujer: hechizantes, infartantes y aún así llenas de una inusual delicadeza. El trazo frenético de Solano sólo podía emparentarse con otro gigante de cómic: el gran Robert Crumb. Vive en Europa, en Río de Janeiro. Y trabaja para los sellos más importantes del planeta. Lleva,  incluso, al cómic “Freaks” el histórico film bizarro de Tod Browning.

Lo conocí a Solano hace 15 años. Sucede lo habitual cuando uno se encuentra con un maestro: se hace tan pequeño que uno duda si es verdaderamente él. Vivía en un departamento frente a las Barrancas de Belgrano. Decía que había encontrado la fórmula perfecta para sobrevivir al amor: convivir en casas separadas. Pero lo principal, Solano escuchaba. No demostraba. No apabullaba. Era un hombre sabio. Tuvimos varios encuentros: en uno, le llevé un proyecto de programa alienígena con un amigo, que tendría estética del cómic. Dijo que le encantaba y que contara con él. Un año más tarde, le llevé un relato de terror y le pregunté si lo ilustraría junto a otros que, pronto, llegarían. Dijo que le encantaba también, y que contara con él. Al final, por mi propia culpa, ni el documental ni el libro llegaron a buen puerto. Pero Solano estaba ahí, a la espera. Y cada vez que conversábamos, recordaba esos proyectos frustrados. Mientras tanto, yo buscaba darle una mano con relanzar El Eternauta con un guionista joven llamado Pol. Una vez, me mostró bocetos del regreso, que intercalaba detalles tecnológicos, que rescata un viaje del protagonista, deslizado en la trama principal y me contó la historia, que sumaba a Martita, la hija de Juan Salvo, ya adolescente y bastante fuerte. Él me remarcó ese dibujo. Estaba satisfecho con las formas que había tomado el cuerpo de Martita. Tardó varios años en publicarla. Él había sido uno de los grandes popes de la historieta, y vio cómo el género que antes agotaba decenas de miles de ejemplares al mes, sólo se limitaba a un puñado de apasionados lectores de culto. Los últimos años de su vida, se ocupó en vender –a veces sin suerte- su material. 

Yo siempre fui un queso para los cómics: nunca leí sus aventuras de Ernie Pike, ví, en algún dibujo que él me mostró, páginas de Evaristo, basado en el comisario Evaristo Meneses. Lo conocía, claro a través del Eternauta y de sus dibujos eróticos, muchos de ellos, producidos para Europa. La última conversación que tuvimos con Solano fue telefónica. Yo le reconocía su voz, a la legua, aún por más que no la hubiese escuchado durante años. Allí estaba, aún una leyenda viva. Preguntándome si conocía algún editor de revistas masculinas que pudiera estar interesado en publicar sus tiras eróticas. La escribí a un amigo que dirigía una reconocida revista internacional de chicas sueltas de ropa. Antes de pasarle el teléfono, e conté a mi amigo sobre Solano –aunque cuando tenía 35, no lo conocía-, le hablé del Eternauta –lo conocía pero no lo había leído-, del papel crucial de Solano en la historia del comic de habla hispana, y de su idea de publicar un cómic erótico que había sido pedido por una revista italiana, pero que tenía inédito en el país. Le hablé de su serie erótica –por no decir, porno- de Silly Simphonies, eran un éxito en Europa. Mi amigo hizo un silencio y luego me respondió: “Publicar una historieta, ¿pero vos estás completamente loco?” Y bueno, nunca me animé a contárselo a Solano. 
 
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