LOS PERIODISTAS REVELADOS/
Mis 15 años en la profesión

QUINCE/Por: Cicco. Acabo de cumplir 15 años en esta profesión. Entré con el cabello largo enrulado. Y aquí estoy: pelado, encorvado y con cálculos en los riñones. Para el festejo, me propuse definir en pocos caracteres a 13 periodistas gráficos de los que más me asombraron, y no precisamente por sus logros profesionales.

-Conocí a un redactor muy gordo y muy feo que entrevistaba a famosos, pero encaraba tanto que siempre tenía chicas buenas alrededor. Hasta se levantaba a sus propios personajes. “Cuantas más encarás”, explicaba él, “sube el porcentaje de enpomar”.

-Conocí a una directora pequeñita y tan malvada que le habían crecido bigotes y por más que se los depilaba la sombra seguía ahí.

-Conocí una redacción minúscula de una revista de farándula donde el único hombre salía a la vez, con todas las mujeres.

-Conocí a un periodista de política nacional que venía del campo y, como nunca tuvo tele de chico, la miraba tan de cerca que prácticamente apoyaba la nariz en la pantalla y lo único que le importaba era terminar con el cierre para ver dónde ir a comer.

-Conocí a un periodista filósofo que, se bebía siete cafés en un cierre, se comía los vasos de plástico, tragaba cafiaspirinas como si fueran caramelos, y cuando parecía que iba a explotar, sus dedos se ponían a escribir.

-Conocí a una redactora que no podía escribir una sola línea y siempre ligaba los mejores viajes.

-Conocí a un colaborador free lance que escribía muy bien pero olía tan mal que siempre lo veías afuera en las redacciones, fumando y fumando, a la espera de que algún editor se decidiera a acercarse para aceptarle algún sumario.

-Conocí a un redactor de policiales emperrado pero tenaz que conseguía meterse en todas partes y solía decir: “Me tengo que romper el culo para ser yo”.

-Conocí a un editor con fama de turro que ya estaba grande y lo habían mandado a una sección con poca actualidad como castigo. Un día fue al médico. Este le dijo que padecía una condición rara: su cuerpo no producía más adrenalina.

-Había otro editor de espectáculos discapacitado motriz, famoso por lo bien que inventaba las notas. Un día, en temporada, un redactor se apiadó de él en el hotel y lo ayudó a alcanzar la cama. Al día siguiente, el editor lo despidió.

-Conocí a un redactor estrella que le embocaban cualquier clase de tapas y él siempre se lo tomaba con calma y sacaba buenos textos. Nadie sabía mucho de su vida. Lo llamaban: “el resolvedor”.

-Conocí a un editor de fotografía alto y canoso y nervioso que tenía un ionizador de aire en su oficina, y en una reunión de editores pronunció una frase que sepultó su destino en la revista. Le preguntaron por qué no tenía fotos de un cadáver. “El muerto”, explicó. “Se nos escapó”.

-Conocí al fotógrafo José Luis Cabezas, y era tan sencillo y tan buenazo que jamás hubieses pensado que se convertiría en mártir.

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