UN PLOMAZO LLAMADO FALLING SKIES/
¿Steven Spielberg está perdido?

SPIELBERG - FALLING SKIES/Por: Cicco.  Sumergido medio mundo en decidir si Woody Allen está o no arruinado creativamente, una película parece que sí, a la siguiente parece que no, nos perdemos de vista cómo otra estrella luminaria del entretenimiento gringo, el gran rey de Hollywood de las últimas décadas, acaba de caer de su pedestal de oro como meteorito apagado con el estruendo que sólo provocan los pesos pesados cuando se desparraman por el suelo.

A Steven Spielberg lo quisimos cuando nos contagió el vilo desesperante de “Tiburón”, esa sensación alarmante de que, después de verla, uno no está a salvo ni metido en la bañera. Nos compramos los muñequitos de “ET” y aceptamos que, aún de un bicho con pinta de bosta con manguera, podía salir tanta ternura y tan poco olor. Seguimos, estremecidos, su adaptación histórica de “La lista de Schindler”, justamente multipremiada, una epopeya del cine de denuncia del Holocausto. Y hasta nos pareció un hallazgo su debut con “El duelo”, aquella historia de carretera –una novela de esa gloria del horror llamada Richard Matheson- donde un tipo básicamente no puede pasar a un condenado camión en la ruta, cuando aún Moyano jugaba a las bolitas.

Ahora bien, si ha visto “Falling skies”, la serie producida por Steven, que este año cumple 65 pirulos, sabrá a qué me refiero con esto de su caída en desgracia. O quizás no la ha visto aún y por eso, es bueno señalar la decadencia con todos los dedos de la mano. La cadena TNT empapeló la ciudad con los anuncios de “Falling skies” –estrenada en 75 países- donde se ve el torso de un morocho con algo resplandeciente y viscoso en la columna vertebral que podría definirse como: bicho de otro mundo.

A diferencia de la intriga de Lost, a mi juicio la mejor serie de los últimos tiempos, en un solo capítulo inicial de “Falling skies”, el equipo de Steven no deja un solo cabo suelto. Están apurados por contarlo todo. Ahí están los alienígenas malísimos que arrasan con el planeta. Ahí están los pobres niños a quienes raptan con fines que no te interesan un pito, y les colocan esos bichos en la médula que los tienen como si estuvieran dopados con Ritalín. Ahí está la resistencia a los alienígenas con gente buena buena, que se hace lugar para, en medio del Apocalipsis, hacer andar a sus niños en patineta y practicar baseball. La médica a la que sólo le interesa el bien de la gente, y el líder militar garca al que sólo le importa achurar extraterrestres. Y , claro, también están los forajidos que combaten y parecen malos, pero después resulta que son valerosos, y cuentan mejores chistes que el protagonista principal, que era profesor de historia antes de la invasión, parece buen tipo, y buen padre, pero no se le cae un chiste por más que lo metan en una coctelera y lo agiten repetidamente.

Falling skies” es merda pura. Podés sentirla a lo lejos, transitados los primeros minutos. No aspira a contarte ninguna historia de invasión alien que no hayas visto, al menos, unas 554.334.444 veces a lo largo de tu vida. Uf, por suerte Falling skies dura ocho capítulos nomás. Aunque, ya lo dijo Einstein el tiempo es relativo, y tiende a empantanar el tiempo.

Extraterrestres con armamento moderno y humanos con armamento decadente –La Guerra de los Mundos, más que reciclada, clonada-. Aliens sin sentimientos, y humanos rebosantes de solidaridad. Los personajes son cartón pintado. No tienen matices. Serán buenos o malos hasta que alguien se apiade y quite del aire la serie de una buena vez. Ni siquiera uno permanece con la intriga de ver cara a cara a los alienígenas, pues Steven, ansioso, hace un primer plano en el capítulo uno para que no te quedes con las ganas. “Falling skies” es un cuentito para llevar a tu hijo a dormir -¿pues esta serie debe ser para chicos, no?-. Un cuento que nos enseña cómo la humanidad, o para Hollywood, los norteamericanos, se las arreglan para apechugar cualquier crisis, cualquier devastación, cualquier alienígena horroroso, siempre más marrón que ellos, y superarlas siempre con una sonrisa y un bate de baseball. Un bate que deberían pasarle a algún buen samaritano para que mande a dormir a Steven de una buena vez.

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