EL MANIFIESTO VITAL DE DOS ARTISTAS
Matías Alé y Nahuel Mutti: por qué son re grosos

Nahuel MuttiMatías AléPor: Cicco. Viendo Lalola, la nueva serie de América TV, quedé, no diría maravillado, tampoco embelesado, ni alucinado, ni sofocado, si no más bien diría petrificado, impactado, atacado al descubrir la presencia inodora, incolora e insípida del héroe nacional, ese actorazo llamado Nahuel Mutti. ¿No me diga que no conoce a Nahuel? No se haga problemas. Por suerte, guardo un rollo de papel cocina con su extenso currículum que añadiré aquí.

* En 1998, Nahuel Mutti trabajó en la telenovela adolescente Verano del 98.

Desde 1986 a la fecha, no se le conoce empleo estable ni participaciones artísticas, excepto una aparición fugaz como botones en el film “Lisboa” -hacía de botón de un sobretodo- y otra en “Esa maldita costilla” donde se lo veía de espaldas besándose con su novia, un papel que le valió un contrato con un desodorante.

Sin embargo, las páginas de chimentos dieron a Nahuel una amplia cobertura cuando se casó con la hija del músico Luis Alberto Spinetta, Catarina, a la que, parafraseando el título de la serie, tiene lolas de sobra -pero hechas-.

Tal vez, a causa de esa ausencia intencional de la esfera pública, no registre usted plenamente su potencial actoral al día de hoy, pues al cabo de todo este tiempo, Nahuel, ese actorazo, desarrolló una actividad lejos de los escenarios y, en especial, lejos de lo que uno podría llamar actividad. Una corriente de estudios que emparenta la horticultura con la psicología y a la que se la reconoce popularmemente como rascarse el higo a dos manos.

Como decíamos al comienzo, es auspicioso volver a verlo en pantalla, personificando a un programador de radio, Martín Cucurulo -pongo cualquier nombre, de modo tal de no verme en la necesidad de ver nuevamente esa serie espantosa para chequearlo-. Mutti aprovecha el vacío de guión en lo que concierne a su papel, y maneja los silencios no diría como Marlon Brando en Apocalipsis Now, sino más bien como Vicente La Russa en Polémica en el bar. Desde la consola de sonido, Nahuel, ese actorazo, se hace entender mediante un lenguaje de gestos elocuentes, poéticos, notablemente innecesarios y traza paralelismos asombrosos con el gran mimo Marcel Marceu, en especial ahora que el mimo tiene 84 años.

En los últimos álbumes de Luis Alberto Spinetta, busqué la existencia de referencias veladas al talento apagado de su yerno Nahuel, ese actorazo. Imaginé que su disco bautizado A los árboles, tenía algo que ver en eso, dada la clara identificación que tiene Mutti con el reino vegetal. Allí Luis canta un tema llamado Sin abandono, donde establece contactos sentídamente poéticos entre su yerno y un muñequito de marfil: “Hoy hace su gracia, el muñeco de marfil, y él sueña que sueña y se va, carga con su día, y lo deja al volver, ya nada lo fascina, ha perdido su querer.” En Ciénaga dorada, comienza también con una imagen que, conociendo a Nahuel, ese actorazo, puede resultarnos familiar: “Él está tranquilo, mirando en las ventanas las nubes que vienen y se van... su deseo es una ciénaga dorada por eso nunca se hunde”. Pero basta de letras. Continuemos con los nuestro.

La última de agosto, fue una semana llena de sorpresas. Al no diría impactante, si no más bien delicioso reencuentro con la breve obra artística de Mutti, ese actorazo, tuve una experiencia similar viendo otro canal en horario de la tarde. Mi hija es fanática de la serie teen Patito Feo y el viernes, mientras le acercaba la leche con cereales, quedé, no diría detenido, sino más bien entretenido al exclamar: “¡No puede ser! ¡Ése que está actuando es Matías Alé!” En la tira, Alé interpreta a un profesor de baile tan marcadamente homosexual que es posible detectarlo con rayos gamma.

Al igual que con Nahuel, ese actorazo, pensaba añadir aquí el currículum de Matías para ubicarlo en el mapa de la historia teatral, televisiva y cinematográfica, no diría de Argentina, sino mundial, y así conocer más sobre lo que anduvo haciendo en todos estos años. Después de mucho pensarlo, y debatir con el coordinador de este sitio sobre el mejor modo de añadir su extensa currícula -¿era preferible anexar un archivo comprimido o ya estaba, en su esencia, el currículum comprimido?-. Y como decíamos, tras mucho debate, decidimos ilustrar su paso por los medios con una imagen que, como bien cuenta el dicho, habla más que mil palabras. Es esta:

Matías y Graciela
 
Ahora bien, ubicados los protagonistas, introducidos y reconocidos en el inconsciente colectivo, en particular, el de la línea 168, me veo obligado a hacer una confesión: admiro profundamente a estos dos artistas, admiro su no diría increíble sino pasmosa capacidad de síntesis profesional sólo comparable a la del escritor mexicano Juan Rulfo -una novela, un libro de cuentos y 15.678 siestas en toda su carrera-. Tanto Matías como Nahuel nos muestran a través de su desdén por la ambición, un manifiesto vital en nombre del ocio creativo, algo que muchos podrían confundir con vagancia pura. Ellos eligieron el camino de renuncia que Lao Tsé postulaba en su obra maestra  “Tao te king” y que podríamos sintetizar así: si ya lo hace tu mujer, ¿para qué corno trabajar? Esto daña severamente el equilibrio universal, el orden del cosmos, quita puestos de trabajo a gente proba en la materia, y resta tiempo para ese caldo de cultivo artístico que es el sueño, de donde nacieron, cito como ejemplos, obras maestras de la talla de Doctor Jekyll y Mr. Hyde, de Stevenson, y clásicos de la música como Yesterday, de los Beatles, y  I can’t get no satisfaction, de los Rolling Stones, gente aparentemente proclive a los buenos colchones.

Al menos una vez en su existencia, Matías y Nahuel, nos prueban que, si se empeñan en hacerlo, despertándose en lo que llamarían madrugada, es decir, 11:30 de la mañana, ellos también pueden como tantos otros formar parte del reñido universo actoral de la televisión abierta y parecer perfectamente mediocres como el resto de sus colegas.

Pero esto, no nos equivoquemos, es un recreo para ellos. El trabajo, según Alé y Mutti, es algo muy parecido a perder la virginidad. No diría algo placentero, tampoco inaugural ni lujurioso, sino más bien algo que sucede una sola vez en la vida.

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