DE DÓNDE VIENE EL ESTILO/ |
La Voz que llega de ninguna parte |
/Por: Cicco. Tengo una vida razonablemente normal. Cocino, lavo los platos. Tiendo la ropa. Llevo a mi hija al colegio y asisto a las reuniones de padres. Converso con mis vecinos y alimento a los perros. En general, mi comportamiento oscila entre la tibieza y el titubeo. Soy la clase de persona que olvidarías de inmediato en una reunión. Si me vieses desde afuera, dirías que soy el hombre más rutinario del mundo. Es entonces cuando me llega La Voz. |
Cuando alguien me pregunta de dónde saco las ideas, el estilo, las bromas de lo que escribo, les digo que, años atrás, leí muchos libros sobre humor y técnicas humorísticas. De ahí viene todo. Esto, si bien es parte de la verdad, los deja tranquilos y no preguntan más. Sin embargo, nunca cuento lo que sucede realmente, puertas adentro. Porque la razón de por qué hago lo que hago, no es asimilación de técnicas, es un fenómeno puramente metafísico.
Cuando viene La Voz, no es algo que escuche, es algo que se me dicta. Puede suceder en cualquier parte. En una sala de cine. En una cita. Puedo sentir las primeras gotas que cae y sé que, durante un tiempo, allí donde enfoque los ojos habrá una lluvia torrencial de La Voz, como si fuera una película que incluye reflexiones del director. “Ahí estás”, me digo. “Qué alegría verte”. Me alegro porque sin La Voz, no sería nada. Gracias a ella, tuve cierto reconocimiento entre colegas. Al leer viejas notas, puedo distinguir perfectamente cuando escribo yo el texto –por ejemplo este que lee ahora- y cuando es La Voz quien la escribe. Hay un salto cualitativo. Una firmeza. Un golpe de martillo. Pues cuando interviene La Voz, es categórica, salvaje, sin modal alguno.
Dirán que estoy demente, esquizofrénico. Yo diría que es así cómo sucede mi estilo. Porque el estilo no lo armo. Simplemente me sucede, desde niño. Poseerlo, en verdad, llamarlo “mi estilo” es un despropósito, pues, en definitiva, este es Su Estilo. La expresión de La Voz. Yo sólo le presto los instrumentos: la mano, el papel, las cosas que ella necesita. Podrías tener vos mismo La Voz y si te llevaras el crédito, serías un cretino.
Esa no es mi Voz normal. Es decir, no es mi voz interior. A la voz interior la conozco bien y sólo me resuelve cuestiones minúsculas, domésticas. Se enreda en situaciones menores. Es, por decirlo así, la que mantiene mis cuentas al día, me recuerda asuntos pendientes, en fin, me permite sobrevivir. Por otra parte, La Voz me divierte porque, en muchos aspectos, no pensamos igual. Pero tenemos un pacto y yo la dejo hacer. Le prometo que cada cosa que baje, será transmitida en toda su fidelidad. Una semana atrás, una revista me pidió asistir a una sesión de masajes con chocolate y contar qué sucedía. Así que me acosté en una camilla, tomé un anotador, hubo una interrupción y una irrupción a la que estoy acostumbrado, y cuando acabó la sesión de chocolaterapia, La Voz me había transmitido media docena de hojas espléndidas. No hay otra forma de contarlo mejor que esa. Yo estaba feliz porque, hacía mucho que no la escuchaba. Pensé, con cierto temor, que me había abandonado. Y bueno, así es cómo funciona mi trabajo. Luego, tras los masajes, llegué a casa, y mi trabajo fue darle, como siempre, un hilo conductor al mensaje de La Voz. Soy su asistente.
Durante años, creí que esto se debía a mi signo de los zoodíaco: Géminis, los mellizos, lo dual. Pero tras conocer a otros géminis, descubrí que, La Voz era algo que trascendía mi signo. Era, si nos ponemos místicos, un don.
Siempre imaginé que la inspiración llegaba a los artistas a través de una idea que el artista podía sentir como ajena, descendida del cielo, y luego, la realizaba de acuerdo a su estilo. Cortázar escribió una metáfora de la creación artística en un cuento protagonizado por un señor que vomitaba conejos. Maravilloso, pero no encaja con esta sensación mía.
Todo el proceso, la idea, y la resolución, vienen de una parte ajena a mí. Philip Dick, el crack de la ciencia ficción, escuchaba una voz, a la cual él le había puesto un nombre: VALIS. Él ya tenía un estilo consolidado, pero su voz era oracular: predijo una enfermedad de su hijo, y le señalaba que él mismo, estaba siendo espiado por el gobierno. A pesar de que Dick era un autor consagrado, lo tomaron por loco. Además, consumía anfetaminas y, al cabo de los años, estaba tan paranoico que no podía retirar el correo del buzón sin sentirse amenazado de muerte.
A diferencia de Dick, mi Voz no traza jamás predicciones. No se identifica. Es como un dial que uno capta al azar y sólo se ocupa de transmitir. No tiene una biografía detrás. No tiene emociones. Nunca está de mejor o peor humor. Mi Voz no está humanizada. Sólo está.
Tal vez preguntarle a un futbolista cómo convirtió un gol puede resultar frustrante. No siempre hay un argumento razonable para algo que sucede en una expresión física coordinada en escasos segundos. Esto escapa a la mente lógica. Dada su rapidez, sucede en otra área del cerebro donde no caben las palabras. Sin embargo, cuando se trata de elucubraciones, bromas, comparaciones, hallazgos narrativos, se supone que debería poder darse una respuesta sensata para revelar de dónde viene todo eso, qué hay de divinidad y qué hay de humano en la inspiración. Cuál es el meollo del proceso creativo. Pero, como habrá visto, uno no tiene la más puta idea.
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