QUIÉN DICE CUÁNTO VIVEN/ |
La muerte de las cosas |
/Por: Cicco. La llegada de un objeto, el momento en que es dado a luz al mercado, está lleno de estrépito, color y jingles publicitarios. Un producto que llega a este mundo trae una novedad a cuestas. Es más portátil. Más interactivo. Más finito. Sin embargo, todo objeto tiene su tiempo de vida y, llegado el momento, estira la pata. Sin embargo, esto sucede en medio de un silencio incómodo, inesperado, prematuro, donde usted se siente que lo han tratado como un divino perejil. Debería saber una cosa: para los fabricantes la muerte de su objeto no es casualidad. Ni tampoco es algo inesperado. Todo lo contrario, forma parte de un plan maestro que hace girar la rueda del mundo y tienen un nombre: lo llaman obsolescencia programada. Es su forma de meterle gato por liebre. |
¿Sabía que existen bombillas eléctricas capaces de durar décadas sin jamás apagarse y que fueron prohibidas por las mismas compañías de bombillas eléctricas –este sitio, http://www.centennialbulb.org/ lo dedican a una que ilumina hace más de un siglo una estación de bomberos en California-? ¿Sabía que hay impresoras programadas para dejar de funcionar cuando llegan a determinada cantidad de impresiones, pero, a pesar de que le digan que debe cambiarla, bastaría con bajar un programa para desbloquearla y que continúe vivita y a todo color? ¿Sabía que los inventores de las medias de nylon tuvieron que rever la fórmula porque era tan perfecta que sus medias no se rompían nunca, los primeros spots publicitarios las ataban de postes y trataban de romperlas con camiones y no podían, así que, al final, las empresas les exigieron a los inventores hacerlas de menor calidad?
Aunque le parezca mentira, la obsolescencia programada se enseña en las universidades de diseño. Su moraleja es esta: “Haz algo lo suficientemente defectuoso para que la gente tenga que comprar uno nuevo cuando la compañía lo necesite. El tiempo no deberá ser tan corto para que el consumidor se sienta estafado. Ni tan largo para que la empresa se preocupe por sus ventas”.
Las compañías insisten en que, si los objetos no mueren, ellas se hunden. Cambiar la computadora, el celular, la heladera, cuando las empresas lo pautan, mantiene la economía saludable, fluida, siempre demandante. Por otra parte, convierte al planeta en un cesto de basura de todas aquellas cosas que ya no nos sirven más y que, por más que no las vea, van parar a alguna parte. Nos tragamos la basura de los países más ricos que nosotros. Y enviamos nuestros objetos muertos a las naciones más pobres. Una persona produce un kilo de basura por día -normalmente, ha visto los kilos de bondad que suele producir esa misma persona-. Y no siempre es kilo de desechos son fáciles de reciclar.
Vivimos en la era de las cosas. Nos definimos por las cosas que tenemos alrededor. Cuando alguien muere por resistirse a un robo, vaya uno a saber si es porque no tolera el atropello o se resiste porque, muy en el fondo, le dio más valor al objeto. En definitiva, uno es el que pone precio a cada cosa. Si cree que su medio de transporte vale 100 mil dólares, es natural que se resista a que se lo roben. Ha dado mucho por él. Años y años de trabajo. Puede también sacrificar su vida.
La Televisión Española y Arte France realizaron un documental fabuloso sobre obsolescencia programada –Ipods cuyas baterías dejan de funcionar antes de los dos años y no hay recambio-. Aquí lo puede ver completo: aquí
Y sentirse parte de este mundo excepcional, donde compramos lo que no necesitamos, rompemos lo que aún sirve, y creemos que la vida sólo es bella cuando la transformamos en un changuito en nuestro camino al basurero.
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