NI LO COMPAREN CON BORGES Y BIOY
Sabato estaba muerto hace rato

Ernesto SábatoPor: Cicco. Todo el mundo dice que Ernesto Sabato murió días atrás, a los 99, pero yo sé muy bien que el hombre ha estado muerto, al menos, desde quince años atrás. Y aún muerto en vida, se le atribuyeron libros nuevos, de los cuales, se dice, jamás ha escrito una sola palabra.

Para un sello editorial, la muerte de un autor es un momento de gran alboroto. Se lo vive prácticamente con la misma algarabía de una casa de velatorios. Los gerentes de ventas se ponen a hacer cuentas, entusiasmados. Los editores calculan y debaten las tiradas de relanzamiento –¿si Martín Lousteau agotó miles de libros por haberse acostado con Juanita, a Sábato cuántos le corresponderían?-. Se preguntan si esperar una semana para empapelar con afiches de sus libros, o si es ir demasiado lejos.

Hay que reconocer que, las primeras obras de ficción de Sabato, El túnel y Sobre héroes y tumbas son libros muy bien logrados. Sobre todo, el primero, el del crimen, compacto, oscuro y un poco evocador –por no decir más- de Dostoievsky. Y la carga emotiva de Informe sobre ciegos, que integra Sobre héroes y tumbas, es una versión aún más espeluznante que el cuento Casa tomada, de Cortázar.

Abaddón el Exterminador, el cierre de su trilogía, la juzgué, en cambio, impenetrable. Pero como toda obra ambiciosa, quizás, se sienta que uno mismo es quien aún no está preparado para leerla. Queda esa posibilidad a favor del autor.

La carrera de Sabato culminó en 1983 con la redacción del informe de la Conadep: desde entonces, sólo se dedicó al bronce. Al igual que Julio Cobos, con el rechazo final a las retenciones a la soja, lucró con las circunstancias. Sabato no tenía el temple guerrero de Rodolfo Walsh, quien mal o bien, Dios juzgará, acabó convertido en hombre de acción. Encarnó la postura clásica del intelectual argentino: mezcla de estremecimiento y patetismo. Siempre asombrado de lo malo que puede volverse la vida. Denunciando atropellos al viento. La desigualdad de la globalización. La falta de valores. Lo efímero del ser. Más que un pensador que agita el debate, Sabato se transformó en sacerdote escandalizado. Hoy esa sotana la viste Marcos Aguinis.

De tanto bronce en vena, con el tiempo, perdió el pulso. Tal como le decía al comienzo, Sabato está muerto desde hace al menos diez años. Pues esa era mi época donde trabajaba en cultura en Revista Noticias, y era sabido en la redacción que ya no escribía una sola línea. Un colega amigo me mostraba las hojas mecanografiadas, que llegaban de la casa del escritor en Santos  Lugares –columnas que le pedía el semanario para poner el sello Sabato a algún debate-, y según se decía, estaban escritas por el escritor a quien, al teléfono, había que llamarlo “maestro”. Pues siempre estaba un poco cabreado. Un poco molesto. Llamarlo maestro le recordaba su posición en las alturas y le devolvía la calma. “Fijate el tono de esta columna”, me decía mi amigo. “Esto no es más Sabato. Yo leí toda su obra. Esto se lo escribe el secretario que está junto a él”.

En 1998, cuando se anunció la publicación de “Antes del fin”, tras diez años de silencio editorial, comprobé que, lo que decía mi amigo, se repetía en la totalidad de sus memorias. Dos años después, el mecanismo calcado en “La resistencia”. Ambos títulos, plagados de elucubraciones triviales, sombras remotas de sus viejos libros de ensayos, parecían composiciones escritas por un alumno de quinto grado, amenazado con no salir al recreo.

Comparar a Sabato con Borges o con Bioy, eso sí que es un atropello histórico. Además de doblegarlo en méritos literarios, Borges y Bioy dijeron siempre lo que pensaban, aún poniendo en juego su carrera, y muchas veces, logrando que el tribunal de los grandes premios mirara para otro lado. Sabato sólo dijo lo que era justo decir, como político en campaña eterna. Celebrar y honrar a Sabato como vocero de la libertad, es confundir el tiro. Pues más valioso que una verdad consensuada, de perogrullo, destinada al bronce, es una mirada individual, sin filtros, en estado de perpetuo hervor. Y, gracias a Dios, aún existen escritores, vivos más allá de la muerte, capaces de honrarla.

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