QUIÉN TIENE RAZÓN |
¿Salazar o Redrado? |
Por: Cicco. En lo poco que duró la primicia, se habían convertido en la pareja más inesperada del año. El romance entre Luli Salazar, explosiva, rubia, pechito argentino, y Martín Redrado, economista, bancario, pechito encamisado, candidato a jefe de gobierno porteño, había superado, incluso, al excepcional hechizo amoroso del consultor Rosendo Fraga y la ex vedette Mónica Gonzaga. Más moderno y con más carne en el asador, en especial, bola de lomo. |
De acuerdo a los cómputos de Salazar, el romance se inició en abril del 2010 y culminó días atrás, el 26 de febrero para ser exactos. No superó ni la prueba del año.
Redrado venía con divorcio a cuestas, hijos a cuestas y división de bienes a cuestas. A los medios ya se les había hecho agua la boca: esta es la clase de historias que sucede como las grandes alineaciones planetarias, ocurre una vez en varios años luz. Es la historia de un amor imposible a la manera de la bella y la bestia, o de Drácula y su enamorada mortal o de Frankenstein y todo bicho que camina. Un romance, es decir, de uno y otro lado del mostrador, o, para ser más exactos, de uno y otro lado de la jaula. Él intelectual, con doctorado en Harvard, ex consultor, y ex titular del Banco Central –expulsado en tiempos K con escándalo en puerta-. Ella, modelo, oveja rubia platinada del clan familiar Ortega, ex conductora de Playboy TV y musa hot de una generación de onanistas unidos. El amor, no se sabe cómo, llegó, pero no para quedarse.
A raíz de una entrevista en Para Ti, donde Salazar contó más de lo debido de la historia, Redrado se habría inclinado por dar un paso al costado y no poner en juego su carrera. En esa entrevista, ella decía cosas como estas: ““Nosotros nos conocimos en abril e íbamos a hacer público nuestro amor en junio, pero un programa de televisión se nos adelantó… Eso nos perjudicó muchísimo… Pensá que los hijos de Martín, Tomás (14) y Martina (7), no lo sabían y empezaron a reclamarle: 'Papá ¿Cómo no nos contaste a nosotros primero?'. Nos parecía que, en primer lugar, se tenían que enterar los chicos de la boca de su propio padre, para que él no quedara como un mentiroso con su familia. Cuando finalmente ellos estuvieron al tanto, lo hicimos público”. Y esta otra: “"¿Sí ya conocí a los hijos de Redrado? Sólo los vi por fotos, pero estoy segura que me van a querer como soy (…) ¿Si tengo ganas de ser mamá? Soy una mujer normal que tiene el instinto maternal adentro, y algún día me encantaría tener hijos. Pero todavía no tengo ganas (…) Me encantaría casarme, pero si no se da no me frustraría. No tengo planes de casamiento con él. Las cosas se van dando solas y no hay que apresurarlas. ¡Ahora que todo el mundo sabe que Martín y yo estamos de novios queremos vivir más relajados!".
Al parecer, Redrado consideró que la Salazar ventilaba detalles familiares que perjudicaban su imagen. Tantas cosas para cuidar tiene el economista que cualquier cosa que revelara Salazar del estilo –“a Martín le gusta mi glotis” o “cuando viene estresado, lo hago dormir en mis lolis”- sólo le restarían votos en su campaña en la ciudad de Buenos Aires. Un candidato es un afiche. Y debe cuidarse así. Sólo pueden ocurrirle las cosas del mundo de los afiches políticos. Y ninguna de esas cosas, incluye erecciones. Experto en índices y vaivenes financieros, sabedor del efecto mariposa que sucede con sólo un factor disparado e incontrolable, Redrado es consciente de los pesares que acompañan escuchar el índice palpitante detrás de sus pantaloncitos.
Ahora bien, no importa lo que digan de ella, la gente que no tiene una imagen que cuidar se gana mi corazón. A Luli se la relacionó con futbolistas –por separado y en sesiones en vestuarios con equipos enteros-, se la vinculó con Luismi, con Gaby Álvarez y con cuanto personaje masculino cuente con más de diez mil referencias en google. Salazar hace lo que se le canta –incluso, grabó un disco pop-. Incursionó en la comedia, en el teatro de revistas, en el erotismo, en el modelaje, y por poco, ingresa por ósmosis en el rubro de la economía y las finanzas. No tiene nada que perder. O eso parecía.
A pesar de la multitud de romances de verano que se le adjudicaron, pocas veces la Salazar se tomó el asunto –no es broma- tan a pecho como la ruptura con Redrado. Lo llamó “estúpido en lo emocional”, “imbécil en lo moral”. Manipulador. Perverso. Cobarde –“manifiesta que de su vida privada no habla, y sin embargo dando notas en off, cuenta sus intimidades”-. Mentiroso. O, más duro aún: “Algunos inteligentes no eliminan la mentira, por el contrario, la perfeccionan”. “Cada virtud que descubría en vos, terminaba siendo una calamidad”.
Por qué será que la chica se sintió tan dolida por este jopo perdido, acostumbrada a las idas y vueltas de candidatos que sólo la quieren para apechugar un puñado de noches frías. Salazar le escribió una carta pública a Redrado donde, además de la sarta de insultos de más arriba, aporta una clave: “me duele que me hayas usado para decir lo que vos no te animabas”.
Uno puede darse a imaginar las cosas que Redrado contaría, cama adentro, con Luli envuelta y desenvuelta en sábanas, en su punto caramelo, y luego desmentidas en público. Puede imaginarlo a Redrado casi humano, entonado por el vino, hablando de cosas triviales como la vida misma. Puede imaginarlo juvenil y sin las exigencias de rigor, cuando solía llamarse Hernán Pérez, tal como figura en su documento, en sus tiempos de escuela Jesús en el Huerto de los Olivos. Puede imaginarlo a Redrado/Pérez disertando sobre las cualidades vocales de Luli. Sobre lo efímero y banal de las finanzas. Atacando duramente la economía, la más superficial, frívola y mezquina de las materias. Puede imaginarse a Salazar enamorada de ese hombre súbitamente vulnerable, hecho de carne y hueso y corbata. Ese hombre, ese Hernancito Pérez que, como muchos otros, sólo se permiten ser humanos en la cama, cuando una mujer como la Salazar los acuna cual Magdalena, y les recuerda que, para ser alguien de verdad, primero hay que sacarle pecho a la vida.
{moscomment}