DEL MOBBING AL GLAMPING |
Esos raros términos nuevos |
Por: Cicco. La palabra de moda en boca de todo el mundo, al menos en La Pedrera Uruguay, es “glamping” y, dicha así a las apuradas, parece prima lejana del garching. Aunque, en verdad, una y otra no remiten al mismo orificio. |
El glamping es un nuevo modo de camping con glamour, que se ha convertido en alternativa económica intermedia en las costas uruguayas, entre la carpa y la cabaña. El glamping es, en verdad, igual que cualquier otro camping sólo que un poco más carolo.
Para serle franco, a todo periodista no le importa tanto el concepto detrás del término, sino el potencial mismo del término. Su capacidad de apertura. La perspectiva que le brinda para escribir un puñado de notas de lo más boludas enarbolando su nombre.
No hay nada como un periodista con un término nuevo. Qué emoción. Verlos en plena etapa de romance es como ver a un niño con un cachorro nuevo. Juegan juntos. Lo lleva a título de portada. Lo emplea para convocar el debate con columnas de filósofos y opinators –otro término que, en su momento, fue nuevo-. El término, mientras tanto, lo ayuda a vender revistas y le otorga el barniz de novedad que debe tener todo medio o, para decirlo con swing, todo newsmedia.
Qué gloriosos momentos vividos cuando el periodista descubrió el término metrosexual. El macho alfa. O, la siempre vigente, exitoína. Verbos flamantes y juveniles como googlear, lookear, le hicieron, años atrás, agua la boca. Cuando, no tan lejos ni hace tanto tiempo, le presentaron en sociedad a las botineras. Y luego el culto a los losers. Cuando supo que, gracias a la medicina ortomolecular, había una forma diplomática de insertar en un artículo la palabra orto. O cuando se enteró que el acoso laboral respondía al nombre de mobbing. Cuando conoció a los swingers, al gang bang –una chica, muchos hombres-, el speed dating –mismo lugar, muchas citas románticas-. Cuánto alboroto. Cuánto amor.
Un término nuevo bien puesto es una celebración en el periodismo. No se le puede pedir mayor grado de novedad a un artículo que cuente, dentro de él, con una palabra completamente nueva, que usted no ha visto jamás ni siquiera en pijama. Una nota verdaderamente novedosa sería aquella que estuviera plagada de términos tan nuevos que usted necesitaría para poder descifrarla de un diccionario –y uno actualizado-.
Los médicos también saben que, un término nuevo en los medios, atrae un sinfín de pacientes que, de pronto, sienten que existe una palabra para nombrar a su enfermedad. Ahí tiene el estrés postraumático. La bipolaridad. El ataque de pánico. O padres que descubren que sus hijos padecen el DDA –Déficit de Atención-.
¿Quién inventa estos términos? A veces, autores que buscan promocionar sus libros presentando, en sociedad, algo en apariencia descollante, de estreno –ahí tiene el libro “La inteligencia emocional” de David Goleman o el “Homo videns” de Giovanni Sartori-. Pero otras veces, el origen de un término es el mismo que el de los chistes: nadie tiene la menor idea de dónde vienen. Por eso, los periodistas le estamos eternamente agradecidos a esta gente. Esta usina anónima de palabras insospechadas y vendedoras que vierten combustible sobre el tanque siempre vacío de la creatividad mediática. Esta brisa sobre el rostro del periodista local, en estado de burnout -agotado y quemado-. Un hombre que reclama a gritos un buen glamping en La Pedrera. Y, sobre todo, un buen garching.
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