POR QUÉ NOS FASCINAN TANTO
El dulce encanto de los boqueteros

BANCO PROVINCIA - BELGRANO - BOQUETEROSPor: Cicco. ¿Por qué nos atraen tanto las historias de ladrones de banco? ¿Por qué nos encanta escuchar cómo se afanan la guita de centenares de clientes cavando laboriosamente túneles secretos? ¿Por qué aún Mario Friendrich, el ex empleado de banco que se hizo de una fortuna, y los boqueteros del Banco Río siguen pesando sobre el inconsciente colectivo con el kilaje que sólo tienen las leyendas?

En definitiva, los boqueteros son tan chorros como cualquier otro delincuente. Sin emabrgo, hay un elemento subterráneo –para seguir apelando con la terminología de los ladrones bancarios- que nos hace sentir parte de sus golpes.  Hay una especie de sentimiento compartido que nos une a nosotros ciudadanos éticos, a estos malandras de cuarta.

Esta empatía nada tiene que ver con el destino que le dan los boqueteros al botín, desde luego. Esta gente no es Robin Hood. No espere que done su parte a los pobres. El boquetero promedio despilarrará su tesoro, como ya ha sucedido, en cabarets del interior, viviendo solapadamente la vida loca, que es aquello con lo que sueña cada ladrón de bancos: champán free y trolas.

El boquetero es la antítesis operativa del motochorro, que ataca por instinto, como el hombre primitivo, golpea y escapa sin pensarlo dos veces. Sólo apela a la sorpresa y la velocidad. Pero no se puede hacer una película de un motochorro. Su plan se despliega en cuestión de segundos.

Sin trama. Sin intrigas.

El boquetero es un trabajo meticuloso de hormiga, cuyo esmero sólo puede reflejarse en esta gente fuera de la ley. No hay empresa privada que pueda alentar a sus empleados a trabajar tan intensamente en pos de un objetivo.

El boquetero trabaja en equipo. Encuentra especialistas en cada materia. Hay información confidencial comprada a empleados puertas adentro del banco. Es por eso que uno siente cierta frustración cuando los medios dan cuenta cada vez que la policía sorprende a los boqueteros en pleno trabajo y quedan con el agujero a medio hacer. Es el equivalente a que sorprendan a un mago antes de salir a escena empujando al conejo galera adentro. Uno, en cambio, aguarda ver cómo los noticieros narran cómo la banda de boqueteros sortea a los guardias, y engañan, como acaba de suceder en el banco Provincia de Belgrano, a los canas que acuden al sonido de la alarma. Uno quiere ver cómo llevan adelante el golpe porque, de todo lo malo que sale en los noticieros, los boqueteros nos traen, al menos, una buena historia para palpitar con el mate y los bizcochitos de grasa. Para compartir en el trabajo. Una extraña moraleja que establece que, para conseguir lo que uno quiere, no hace falta ir hacia arriba, a veces hace falta ir hacia abajo –y al costado claro-.

Por otra parte, con toda la guita que juntan los bancos cada año sólo en concepto de préstamos personales, es saludable que alguien se tome el trabajo de revertir la balanza y quitarles un poco, alimentando indirectamente el negocio del alcohol y el cabaret.

En verdad, el boquetero no quiere salvar económicamente su vida asaltando bancos. Sólo quiere dinero para pasarla bomba. No quiere pagar los estudios universitarios de su hijo. O legarles propiedades. Nada de eso. El boquetero quiere sentir el fluir del éxito corriendo por la sangre. La adrenalina del trabajo terminado. La intuición de que, con un puñado de picos y palas y plano actualizado, uno puede dejar de ser un bueno para nada y, de la noche a la mañana, convertirse en leyenda. Y, lo que es mejor, en indiscutido rey del cabaret.

{moscomment}