HÁBITOS VERGONZOSOS |
El consumo con culpa |
Por: Cicco. Una semana atrás, aunque ahora que lo pienso fue hace más de una semana, el New York Times publicó un artículo contando cómo cada vez más gente consumía literatura erótica en libros electrónicos. ¿Era que súbitamente los lectores se habían vuelto más jeropas o el fenómeno obedecía a razones de otra índole? |
El artículo se preguntaba ¿por qué los libros eróticos impresos le iban tan como el traste, mientras aquellos en formato virtual tenían cada vez más lectores y superaban incluso, a las ventas en librerías de los mismos títulos? Sabe por qué: porque básicamente, señalaba el artículo, nadie ve la portada. Es decir, el ebook no es delator. Usted puede leer incluso a Marcos Aguinis que nadie lo sabrá. Las cubiertas anónimas y tecnológicas del ebook lo dejan a salvo.
Ahora bien, cuántas cosas en la vida uno necesitaría del anonimato para poder disfrutar sin culpa. Cuántos hábitos que dan gran placer pero, por otra parte, ensombrecen su imagen, derriten su seriedad y lo hacen parecer como si tuviera sus extremidades más pequeñas. Si existiera un ebook que pudiera lidiar con estas cosas sería el primero en comprarlo. He aquí unos hábitos que me gustaría disimular con adminículos tecnológicos:
1) Es la costumbre, pero cuando termino de hacer lo segundo en el baño, miro. Para mí, en la forma de aquello que flota debajo, está cifrado el pronóstico de mi día. Hay días zigzagueantes . Días cortos y rígidos. Días gelatinosos que tocan fondo. Y días con extraños contenidos en su interior –otros dirán que es a causa de comer maní-.
2) No importa cuánto insistan en que queda mal, no hay nada como meterse los dedos en la oreja y recoger esa pasta anaranjada que uno encuentra en su interior. Son tesoros de nuestro mundo más profundo. Uno simplemente no puede sacar la vista de encima del dedo untado con esa mierda. Es magnético. Además, siempre me maravilló que se lo llamara cera. Aún pienso que es un material de infinitas potencialidades médicas que aún nadie le dio bola por el simple hecho de que sabemos de dónde viene.
3) No soy de los que usan escarbadientes. El escarbadientes quita toda la diversión. Lo más entretenido es dejar que la lengua haga el trabajo. Tarda más tiempo, es verdad. Y queda como el culo, es verdad también. Pero uno puede repasar una y otra vez el sabor de la última comida mientras lucha por quitársela de encima de la boca para luego volver a tragarla. El escarbadiente, por otra parte, extrae el alimento, pero normalmente no permite el privilegio de volver a comérselo. Pues una vez que se lo sostiene en el aire, y se contempla la forma de extracción de apéndice que tiene eso que cuelga de la punta, difícilmente te den ganas de darle una segunda oportunidad. Mejor la lengua: mantiene las cosas en la oscuridad y el anonimato de la boca.
4) No me gustan los pañuelos descartables. Sigo siendo un defensor de los pañuelos de tela. Básicamente porque permiten que uno pueda ver la evolución que ha tenido el resfrío a lo largo del día con sólo extender el pañuelo como una hoja de ruta. Si va del verde claro al verde oscuro, es señal de que necesita urgente empezar a tragar antibióticos. Y naturalmente, comprarse un pañuelo más grande.
5) Sé que es una guachada pero sigo adhiriendo cosas pegajosas bajo las mesas. Es un hábito con fines puramente experimentales. Con el tiempo, uno regresa a la escena y contempla en qué catzo se ha convertido esa bola de moco. Quién sabe: quizás es así cómo nacen las esmeraldas.
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