DIEZ SEGUNDOS DE DIFERENCIA
¿En vivo o son vivos?

Tevez festejaPor: Cicco.  Viendo el partido de Argentina vs México, mientras Carlitos Tévez luchaba por sacarse un rival de encima fuera del área grande, escuché, de pisos más abajo una ovación de gol. Segundos más tarde, digamos 7, 8, 10 segundos más tarde, Tévez tuerce el botín, el mexicano pasa de largo y saca un zapatazo que traspasó la red. “¿No escuchaste que los vecinos gritaron el gol antes?”, le pregunté a mi padre, que veía el partido conmigo. Pero él no había escuchado nada. Eso me intrigó: o la transmisión en casa de mis padres en alta definición tenía algún retraso inconfesable o los vecinos de abajo tenían la bola mágica.

Días después, descubrí que existen miles de clientes como mi padre que, a diferencia suya, sí escucharon la ovación de sus respectivos vecinos y descubrieron que la transmisión en vivo del mundial no era tan en vivo como ellos creían. Es verdad: un puñado de segundos no significa que uno quede fuera enteramente de la magia que aporta el seguimiento en directo. Sin embargo, después de un rato, digamos 7,8, 10 segundos, empecé a preguntarme si no sería que, a su vez, los demás vecinos que ovacionaban el gol anticipadamente tenían una transmisión que, por esas carambolas de la transmisión satelital defectuosa, les retrasaba la emisión otro puñado de segundos extra. Con lo cual, los 7,8, 10 segundos del retraso, se sumaban otros diez más: redondeemos en 20 segundos perdidos en el éter del cosmos.

Esta duda tuvo un efecto alarmante y lo deja a uno desprotegido, pues, ¿cómo darse cuenta verdaderamente si lo que uno está viendo es en vivo, tal como anuncian los canales con bombos y platillos, o es un diferido, llamémosle, acortado? Es decir, ¿uno está haciendo fuerza de pasión mundialista, y dedica la energía de contracción de su esfínter en el momento mismo donde se suceden las cosas y, sus cábalas, sus maldiciones y sus loas tienen un efecto sobre lo que sucede en la pantalla, o simplemente mantiene un diálogo estéril con el pasado, como si celebrara los goles de Maradona en México ’86? Excepto, como en este caso, que uno tenga amigos en el mundial con celular en mano y ganas de gastar crédito en boludeces como estas, no hay forma alguna de comprobarlo. Lo que es en vivo, sólo Dios lo sabe. Nosotros, pobres televidentes, tenemos todas las de perder. Estamos, como en tantas otras cosas, a merced del marketing de lo imposible y el chamuyo barato.

¿Cuántas otras transmisiones, piensa uno ahora, nos llegarán a las pantallas víctimas del delay satelital?  Sesiones enteras en la Cámara de Diputados que uno creía verlas en caliente y en directo. Cacerolazos. Piquetes en Puente Pueyrredón. Sensación térmica desfasada. En  un mundo donde todo es adulterado incluso los medicamentos, ¿cómo creer que cuando el conductor dice la hora que casualmente coincide con la que uno tiene en su reloj, no es sino más que un hábil trabajo de edición digital, donde a una vieja grabación se la hace coincidir con la hora exacta de su emisión y así crear el falso efecto del vivo?

Si uno no quiere meterse en problemas, en este mundo, no es saludable hacerse demasiadas preguntas. Hay que aceptarlo así como viene: choto, adulterado y, sobre todo, con diez segundos de retraso.

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