AÚN CON TANTO FERVOR PATRIÓTICO |
Por qué nadie canta el himno |
Por: Cicco. Ahora que viene el mundial y que acabamos de atravesar ese desfile incesante de botones y sables militares del Bicentenario, nos sentimos más argentinos que nunca. Hay banderas en cada negocio. Escarapelas. Alboroto celeste y blanco. Sin embargo, cuando suenan las estrofas del himno nacional, los únicos que cantan son los jugadores. Y eso es porque les filman la cara y quedan escrachados. ¿Por qué nadie canta el himno? |
El de López y Planes es uno de los himnos más bellos del mundo. Lo tiene todo, cadencia, vitalidad, cierta energía marcial. Aunque en verdad, ese es mérito de Blas Parera, un español maestro de violín y piano, organista de iglesias, que compuso la melodía. La versión de Parera duraba 20 minutos pero, tras muchos actos de pie, un decreto de Roca llegaba a la conclusión de que un par de pantorrillas promedio aguanta, como máximo, poco más de tres minutos, que es la duración del himno tal como lo conocemos hoy en día. Se cree que López y Planes escuchó el tema en una obra teatral de Parera y, en un rapto de fervor patriótico –entonces no existía el Valium así que de tanto en tanto había gente con ataques de fervor patriótico-, esbozó las primeras líneas del futuro himno. Entusiasmados con la letra, la Asamblea Constituyente le pidió a Parera que le pusiera nueva música a la letra. Pero, como él era español y la letra era un poco subida de tono contra la corona, el músico rechazó la oferta. Al parecer, nadie le dice que no a un himno y Parera tuvo que componerla a punta de pistola, bajo pena de fusilamiento si no desenfundaba el violín de una buena vez.
Pero, volviendo al tema de esta columna, hay algo en torno a la letra de López y Planes que nos echa atrás a la hora de entonarla y, quizás, esa es la razón de por qué cuando escuchamos las primeras estrofas las palabras no nos salen de la boca. Se quedan trabadas en algún lugar de la faringe, resignadas y confundidas junto al bolo de café y medialunas. No soy el único que no canta. En los actos, cuando miro a alrededor, todos tienen la cara compungida de tragarse el mismo sapo.
Es que, para empezar, el “oíd mortales” es un golpe bajo. A nadie le gusta sentirse mortal. Sobretodo, en esta vida basada en la acumulación de objetos. Morirse, que se mueran los demás. Uno es inmortal y actúa como tal y sigue acumulando porquería a la espera de que le sirvan algún día.
Por otra parte, a quién se le ocurre cantar “Ver el trono a la noble igualdad”. La única noble que vemos en el trono hoy en día, es a Ernestina Herrero de Noble. Y eso no habla mucho de la igualdad nacional. Además, toda esa cháchara que le dedicó López a los laureles que supimos conseguir, más que la estrofa épica de un himno patriótico, parece el pregón de un florista.
Por suerte, a algún funcionario que le gusta ir al grano suprimió el poema completo de López y Planes que hoy en día, nadie canta excepto en los cumpleaños de Aldo Rico. Allí, López demostraba hasta donde llegaba su sed de batalla: “A vosotros se atreve, argentinos, el orgullo del vil invasor. Vuestros campos ya pisa contando tantas glorias hollar vencedor. Más los bravos, que unidos juraron su feliz libertad sostener, a estos tigres sedientos de sangre fuertes pechos sabrán oponer”.
Y el final es aún más difícil de que salga a flote de la garganta. Pocos tienen las agallas para cantar: “Coronados de gloria vivamos. O juremos con gloria morir”. Es que, en estos tiempos, nadie jura morir, menos aún con gloria. Y en todo caso, si llega el momento en que debe, por fuerza mayor, jurar morir por algo, seguramente sea porque ese hombre miente. Y no le queda otra alternativa que jurar en vano. Hay que tener una pistola apuntando la sien para cantar esa parte. Un revólver cargado puede ser muy persuasivo . Si no, pregúntenle al pobre Blas Parera.
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