BODRIO EXITOSO |
Antes que leer a Agunis lea Patoruzito |
Por: Cicco. No se por qué me cae tan antipático Marcos Aguinis. A mi papá le encanta. El otro día lo vio en la tele y dijo: “Pero con qué claridad habla este hombre”. Pero hay algo en él, cierta mirada vidriosa bonachona que me cuesta digerir. |
En lo personal, si hay algo que detesto es que me digan qué tengo que hacer. En los libros anteriores, Aguinis se lamentaba –y como le fue tan bien con las ventas se volvía a lamentar- y escribiría obras dramáticas y oscuras como “El atroz encanto de ser argentinos” y luego aún más compungido, “Pobre patria mía”. Pero ahora resulta que, publica “Elogio del placer”, y sus gigantografías en toda la ciudad rezan que hay que volver a sentir placer. Ignoro por qué Marcos se introduce en esta clase de temas, quizás es porque descubrió el Viagra, Aunque considerando su última declaración al respecto: “El placer intenso está en la permanencia”, al parecer, lo que descubrió no es el Viagra: es el tantra.
Y yo me pregunto: por qué resulta que ahora, que viene Aguinis yo tengo que empezar a mirar la vida con placer, en particular después de tragarme los otros dos bodriazos.
Con la música me sucede lo mismo: los temas que dicen, “y ahora con las manos arriba”, o “meneando la cadera” o “saltando, saltando” yo cambio inmediatamente el dial.
Ahora que lo pienso bien: ¿sabe lo que no me gusta? Es la gente burbuja. Los intelectualoides. Que opinan sin vivir. La gente que impone el debería ser. En lugar del es así. A mí me caen más simpáticos los que opinan menos y hacen más. Quizás no tienen tanto vuelo y tanta cultura como Marcos, quizás no pueden exponer una idea con la claridad que le reconoce mi papá a Aguinis, pero cuando hablan, saben. Es por esta razón que gente como Pity Álvarez, o Charly García –antes claro que lo remplazaran por un doble-, nos caen tan bien. Ellos son el propio certificado de sus palabras.
Cuando observo que Marquitos viene a decirnos que hay que recuperar el placer, yo me pregunto seriamente qué debe ser el placer para Marquitos. Y, déjeme decirle una cosa: no quiero ese placer para mí. A decir verdad, lo que yo llamo placer seguramente esté incluido en alguna de las líneas de la obra que ha llevado a Marquitos a exclamar “pobre patria mía”. Pero el propio Marcos tuvo dificultades a la hora de expresar su concepción sobre el placer. Por eso, en su libro decidió algo que demuestra claramente por dónde pasa el gozo para alguien como él: introdujo un duende. “A mí me costaba escribir este libro”, admitió en una entrevista a un medio cordobés, “y lo hice de manera que parezca que otro me dicta el libro. Entonces inventé un duende que me dicta. El duende me interpela, me acosa, me pregunta y tiene la osadía de revelar mis intimidades, incluso a contar confidencias”. Qué picardía la de este duende.
Cada vez conozco más gente partida al medio. Es decir, por un lado son capaces de teorizar con suma destreza sobre lo paupérrimo que se ha vuelto el país, sobre cómo el argentino ha sobrevivido pícaramente a cuanta adversidad le arrojó la historia. Pero, por otro, no pueden llevar adelante un matrimonio, una familia. Han fracasado estrepitosamente en sus propias historias. Pero trabajan de opinadores. De analistas. Son máximos referentes mediáticos. Cuando un periodista quiere que su texto sea serio, los llama. Así que, quiéralo o no, esta es la gente que nos refiere el modelo de país que debería ser, la educación que deberíamos tener, la clase de seres humanos que deberíamos ser. Y, sobre todo, cuando sentir placer y cuando no.
“Me parece que en estos momentos difíciles, mis lectores y yo mismo necesitamos un poco de aire fresco, humor, conocimientos distintos, aceptar contradicciones y paradojas, divertirnos con la lectura y, en fin, llenarnos de un energizante placer”, declaró Marcos en rueda de presentaciones de su libro. Por eso, decimos; Dios nos guarde lejos de ser lectores de Aguinis.
Si quiere una lectura que enarbole valores morales, éticos y que narre la vida de un protagonista ejemplar, no lea a Marcos, lea las correrías de Patoruzito. No sólo es más divertido, además, está mejor escrito.
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