POR QUÉ CAMBIO DE BANDO
Esta vez hincho por Brasil

Camiseta de BrasilPor: Cicco.   Me cansé de alentar por la Argentina. Estoy harto. Esta vez, se terminó acá. Sé que es difícil oírlo y créame, es más difícil aún decirlo. Pero piénselo: ya bastante sufrimiento le trae este país a usted por ser nativo y no poder escapar. Le corta las calles. Le aumenta la carne. Si se va de vacaciones, le para los vuelos, los micros. Lo jode de mil maneras posibles. Así que, para el mundial de Sudáfrica, hágame caso: si disfruta con el sadismo, quédese amargado alentando por la selección, rogando a Dios para que el corazón de Maradona le siga bombeando torrente sanguíneo al cerebro, yo, mejor hincho por Brasil. No más mala sangre para mí. Y la vida, desde que tomé esta decisión, es un carnaval.

Vayan a hablarle a otro del amor a la camiseta. O el viva a la patria. Todo esto es tema viejo, de los tiempos de 1810 cuando verdaderamente había que ponerse la camiseta para salvar a la patria. Ahora, no es necesario. Son tiempos de libertad y elección individual.

Además, fíjese bien: desde los últimos años, Brasil se convirtió en una potencia catapultada sobre la base del esfuerzo. Es noticia en todo el mundo gracias a lo pujante de su economía, al liderazgo sin par de su presidente. Es una nación que no se boicotea. Que impone condiciones internacionales en el buen sentido. Que apuesta a la industria local. Su gente no quiere la revolución a la primera de cambio. Brasil se hizo de abajo, con generaciones y generaciones que vivieron en carne propia lo que es la esclavitud. Nosotros tenemos sangre de explotadores españoles. Queremos dinero rápido y rajar antes que nos detengan. A los brasileños nadie les regaló nada. Saben trabajar en equipo y ponerse bajo las órdenes de un líder. Así es como funciona una organización: alguien dirige, el resto -la mayoría- obedece.

En el fútbol, allá aún privilegian la destreza por sobre el resultado. La expresión máxima de su nación es el carnaval, un himno a la felicidad. Su música es fantástica. No tienen cumbia villera, tienen axé. Sus playas son espléndidas. Sus mujeres son espléndidas. Y su actitud relajada frente a la vida, es envidiable. Así que, ¿qué más se le puede pedir a un equipo?

Que la Argentina reúna a un puñado de los mejores jugadores del mundo para este mundial, que sean aclamados en sus equipos del exterior y luego, con la camiseta de su país, les venga el miedo escénico, no debería asombrarnos. Los periodistas deportivos se rompen el coco pensando por qué sucede lo que sucede. Sin embargo, si uno observa en otras áreas de nuestra queridísima república, el asunto se repite. Cuántos científicos, matemáticos y astrónomos argentinos triunfan en el exterior y, venidos a nuestro país, no sabemos dónde corno ponerlos. Somos como un pueblo pequeño donde, si por una de esas casualidades de la vida sale una estrella de entre nosotros, sólo la vemos despegar y partir vuelo hacia el infinito.

Nacimos para ser semilla de estrellas. No para verlas crecer. No está en nuestro destino. La tierra es buena aquí. Pero andamos faltos de agua. Así que, ¿por qué tanta condena? Deje a Maradona perdido en su laberinto, más gordo y encerrado que nunca. Inclínese por una formación saludable. Con futuro. Un equipo que tenga unidad. Que sea, en fin, un equipo que tire para el mismo lado. Hágase amigo de Brasil. Pero, antes de junio, tómese el primer avión y alójese en Buzios. No sea cosa que sus viejos compatriotas argentinos no soporten tanta felicidad, y conviertan sus órganos reproductivos en boleadoras de Feria de San Telmo. 

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