NO AL DESCRÉDITO A LOS PERIODISTAS |
¡Kapuscinski no mentía! |
Por: Cicco. Es un horror que ciertos biógrafos de personalidades que ya han dejado este mundo, llenen de sombras su recuerdo. Por ejemplo, el caso del gran cronista polaco Ryszard Kapuscinski, uno de los más lúcidos de los últimos tiempos, quien, en la primera biografía tras su muerte, concluye que el hombre acomodaba sus artículos a su modo. Esto no sólo afecta a esa leyenda del periodismo que era Ryszard también nos afecta a todo nuestro gremio en lo más profundo de la credibilidad pues, como me dijo mi amigo Gabo en un baño allá en Cartagena: “No entiendo por qué ponen naftalina en los mingitorios, no hay nada como el olor a meo en estado natural”. Un genio. |
Según indica la Enciclopedia Británica, el periodismo es un arte de precisión. El propio término “periodismo” contiene del latín su raíz “perio”, “pera”, es decir, el hombre que aguarda, es decir, espera a que suceda el hecho para cubrirlo, o también está permitida la acepción de “pera”, “perus” del hombre que concibe la idea de ir a la verdulería y hacer una compota. Por otra parte, “ismo” es un prefijo que, según nos pudo confirmar el erudito en mitos Robert Graves, durante una cena con morcipan en un carrito de la Costanera, “viene de Ismael, e Ismael desde luego, viene de la unión exacta, coordinada y justa entre el semen de su padre y el óvulo de su madre”. Aclarado este punto, continuemos.
Es entendible que, para la gente que no trabaja en el gremio periodístico, una polémica como la de si Kapuscinski, ese genial autor de “Ebano” –un novelón- o “El Sha”, metía o no el verso, se desinterese y pase el tema por alto. Y no hay que juzgarlos: al 87,34 –periódico- de la gente, según un sondeo realizado por el Institute of Bastards and Liers Journalists de José C. Paz, no le interesan los temas periodismo adentro. Sólo quieren leer los diarios y punto. Como las salchichas: saben que hay algo abominable allí, pero a nadie le interesa saber de qué se trata.
Yo he leído en varias oportunidades y con gran placer la totalidad de las obras de Kapuscinski, especialmente de las cubiertas hacia fuera, y puedo decir, al igual que tres y 2/4 colegas de cada cinco que he sondeado en baños saunas, que si Kapucinski falseaba sus textos o –como señala su biógrafo, ese ser despreciable que dice ser su discípulo llamado Artur Domoslawski– le fallaba su memoria porque no grababa los reportajes, esto no es un problema de credibilidad es básicamente un problema de falta de grabador.
«En otra ocasión, el escritor relataba gráficamente una masacre en Méjico en 1968. Aunque estaba viajando por América Latina en esa época, Kapuscinski no la presenció, a pesar de afirmar "Yo estuve allí".» , dijo el biógrafo a The Guardian.
Tras este descrédito inmerecido, hay quienes insisten en rebajar aún más su talento sostieniendo que su nombre real no era el complicado, exquisito y nórdico Ryszard, si no simplemente Ricardito, un argentino descendiente de polacos que durante buena parte de su carrera como corresponsal de guerra no dejó su pensión de Balvanera y su experiencia más cercana a la guerra se limitó a cierto empleo, en la infancia, de rompeportones en tiempos de fiestas.
Cada vez que salimos a jugar pelota vasca con John Lee Anderson, Martín Caparrós y Domingo de Nubila coincidimos en que no hay forma alguna de pronunciar en la cancha un discurso medianamente respetable en defensa de la veracidad en el periodismo sin que la pelota no dañe alguna de las zonas más sensibles del cuerpo. “Esta ola de denuncias sobre nuestro oficio debe terminar”, dijo, alarmado, Anderson, con la camisa transpirada –algo que ya tenía antes del comienzo del partido pues, a su entender, todo periodista de raza debe tener una pátina de chivo que acentúe su calidad de investigador todo terreno-. “Estas denuncias infundadas”, continuó “debe terminar antes que nos alcance a todos nosotros. Uf”, exclamó el biógrafo del Che, arrojándose al suelo, “ese pelotazo estuvo cerca”.
En lo personal, puedo decir que no sólo jamás falseé un solo dato sino que las veces que acomodé la realidad a mi modo no fue culpa mía: fue culpa del desorden propio de toda realidad. Pues, si uno quita un textual de su contexto natural, lo inserta en otro, da vuelta una frase, o le atribuye testimonios a gente que no los pronunció –no los pronunció aún, digamos-, esto no resta veracidad al cronista, simplemente habla de su versatilidad de medios, su asombrosa capacidad de ver la realidad desde múltiples focos, y de cómo su imaginación puede ser un arma poderosa para interpretar los sucesos y darles su justo cierre aunque para ciertos testigos presenciales, no lo tenga. Piénselo: con más periodistas de la escuela del gran Kapu, podríamos haber dado desde hace tiempo con el asesino de María Marta García Belsunce, tendríamos más entrevistas con los K, más inmersiones de primera mano en las guerras de todo el mundo sin necesidad de viajar. Pues básicamente el periodismo es un 7% de datos comprobables, un 68% de datos incomprobables, y un 30% de elucubraciones personales –y el 5% sobrante de lecciones inconclusas de matemáticas-.
El periodismo es un oficio honorable y veraz. Este es un dato certificado por el INDEC.
Porque como me dijo una vez el emérito Ryszard durante un carnaval de Gualeguaychú –que narramos para nuestros medios desde la habitación de un hotel una estrella en Calamuchita-, “como muchas otras actividades de la antigüedad, este es un oficio basado en la fe”, exclamó con un vaso de escocés que, en verdad, era de Criadores mezclado con Cepita de manzana. “Yo me pregunto”, prosiguió, cosa rara en él, vivaz, “¿quién se animó a pedirle al Dante registros sobre su descenso al infierno? ¿Dónde hay fotos de Macondo la ciudad de “Cien años de soledad”, narrada con lujo de detalles por mi amigo Gabo? Decime eh”. Y acto seguido, se llamó al silencio y continuó escribiendo sobre comparsas y lentejuelas, mientras escuchaba algo que, sostenía él, era un cuarteto de cuerdas de Haydn, cuando –lo descubrimos más tarde- era un cuarteto de la Mona Jiménez.
Gloria y loor a la memoria de esta pluma sin par. Sobre todo, loor. Especialmente porque no sé lo que significa. Pero, como la mayoría de las cosas que escribimos los periodistas, eso es lo de menos. Lo más importante es que quede lindo.
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