ESTAMOS PODRIDOS, VIEJO
¡Córtenla con El secreto de sus ojos!

El Secreto de sus ojosPor: Cicco.  Así como existen medidas preventivas como el apagón de celulares, con fines netamente de reclamo tarifario. O comportamientos organizados para mantener los televisores sin encender, para protestar por la calidad de traste absoluto de la programación. Debería considerarse, más pronto que tarde, una medida similar social, conjunta, sin fisuras donde se instale una idea en común: no mencionar más ni al “Secreto de sus ojos”, ni a Campanella ni a Darín, al menos por los siguientes cinco años. Dios mío: la próxima vez que alguien me recomiende verla, tomo el control remoto universal –largo, con funciones para audio y dvd- y se lo meto en la glotis. En los medios, cuando un tema no pasa de moda, se llama noticia recurrente. Pero a mí me gusta más emplear su término equivalente de la gastroenterología: allí se llama simplemente regurgitación.

Que el secreto de aquí, que el secreto de allá. Que Francella dice que esto es un episodio histórico como ganar un mundial. ¿Se volvieron todos locos? “El secreto de sus ojos” es una película regular, premiable, que habla menos bien de ella, y más mal de todas las otras competidores que seguramente eran de regular para abajo.

No podés viajar en un micro de larga distancia sin que te la pongan –la película-. El dueño del video club de mi pueblo, que a duras penas compra dos copias si tiene el éxito asegurado, tiene –no le miento- 28 de “El sorete de sus forros” –usted perdonará aquí llamarla de otra manera, pero es parte de la medida conjunta que le contaba anteriormente-.

Hay algo que no entiendo y que pienso aclarar en esta columna catártica de un hombre que se ha hinchado soberanamente sus ojos, y eso no es ningún secreto. Hay básicamente dos cosas que necesitamos destacar aquí:

1-¿Dónde se vio un policial donde el protagonista revele quién es el asesino sólo por el hecho de que mira a la víctima en una foto? Ni siquiera a un cabo de la Federal con 10 litros de Quilmes Cristal encima se le ocurriría algo semejante. Y ¿nadie dice nada al respecto? ¿No hay ni un solo periodista de espectáculos, un solo escritor local de policiales que simplemente oponga el siguiente argumento: “Che, muchachos, no es un poco trucha la parte de la pesquisa del asesino”? ¿Es posible que D. –uf, D., gran tipo, y gran profesional, pero no lo soporto más- revele a los pocos minutos de película el responsable de un crimen sin apelar a la lógica, sin que intervenga la policía científica, sin que nadie se detenga a reflexionar sobre la escena del crimen? Es, en este sentido, “El nabete de sus cojos” el prototipo del antipolicial. Por no decir, respetuosamente para la gente del género –C., que ha dirigido episodios de series como CSI lo sabe bien-: eso no es un policial. Es como si al autor le bastara con decir: “¿Estamos de acuerdo en que a ninguno nos interesa los vaivenes por descubrir quién es el culpable, no es cierto? Bueno, yo me voy a concentrar en otra cosa”. Pero, ¿en qué? ¿En qué mis queridos: en una historia de amor contenida que apela al conflicto de clases? ¿En un film que toca de soslayo la dictadura –algo que, como se vio también con “La historia oficial”, es un ingrediente decisivo para ganarse un Oscar-?¿En la venganza del viudo que sólo gana en dramatismo sobre el desenlace, el único hallazgo verdadero de la película? ¿En qué?

2-Que nadie me hable más de Ricardo D. A mí me gusta como actúa pero tengo un problema básico con D: Me parece que siempre –pero siempre, siempre eh- hace la misma película. El tipo de clase media, simpaticón, canchero pero hasta ahí, con cierta cultura, romántico y que siempre anda corto de guita. Mi ideal de actor es alguien que pueda desempeñar infinidad de roles, sin embargo, D. –quizás sea culpa de los directores que lo contratan- siempre pone la misma cara, el mismo tono de voz. Como si Marlon Brando hubiese hecho toda su carrera el mismo papel de Vito Corleone, a veces con y a veces sin gato. El otro día mi hija de diez años, que también vio la película –no la pude salvar de verla- agarró un libro y dijo: “Mirá este es D., el protagonista de “El entremezzo de los choclos”. Y era un libro de cuentos de Cortázar.

Así que basta, hombre. Basta de elogios. Terminémosla de una buena vez. No quiero escuchar más de D. ni de Campanita ni de Solitaria Milvillas. No quiero escuchar más sobre la victoria en los Oscar contada como si fuera una epopeya sanmartiniana como una oda al Che y a Fidel en Sierra Maestra, es demasiado. Y después, a aguantarse toda las revistas con fotos en la alfombra roja. Por otra parte, ya pasó más de medio mes de todo esto. Queridos colegas, demos vuelta la hoja, por favor. Cada vez que mencionamos la vigencia y lo grandioso de “El cervecero de los coños” sólo indicamos, a un nivel profundo, subliminal, lo mal que nos va en todas las demás áreas, lo soberanamente perdidos que está el fútbol, las letras, las artes plásticas, en fin, las pocas razones que tenemos para festejar como país. A dos días de la premiación de los Oscar, me prometí apagar la tele, cerrar los diarios y cambiar el dial cada vez que se hacía menciones burbujeantes al fenómeno del glorioso cine de Campanita. Le ruego infinitamente que haga lo mismo así nos sacamos este brindis perpetuo de encima. Yo, por mi parte, ya tengo las bolas infladas de burbujas. 
 
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