HAY QUE DESCUBRIR SU CINE
Michael Haneke, el gran perturbador

Michael HanekeLa Cinta BlancaPor: Cicco.  Qué Alicia de Tim Burton, ni qué ocho cuartos. Qué la nueva de Scorsese, ni qué corno. Ahora, el gran nombre del cine es Michael Haneke, y los demás quedan todos pequeñitos. El único cineasta que está probando cosas nuevas, con un sello inconfundible, y unas historias que te hacen pensar y –si tenés pelo, no como en mi caso- te los pone de punta.

Acabo de ver la “La Cinta blanca”, un film que fue galardonado como la mejor película europea del 2009 –también recibió premios en el Tokio y el Londres festival-, y que la crítica la etiquetó como un ensayo sobre el gérmen de la violencia en tiempos previos al nazismo –la cara de bronca mordida del pibe protagonista lo dice toda-. En verdad, como toda gran historia, puede interpretarse como algo mucho más allá de esto: cómo, por ejemplo, la represión y la rigidez, no crea niños impolutos, crea niños retorcidos. Cómo tragarse sapos de chico, hace que uno los vomite ya de grande. Y, en fin, el austríaco Haneke, ex crítico de cine, dramaturgo, director para la tevé y de óperas, hijo de cineasta, te cuenta la historia como él solo puede contar, clavando la cámara aquí y allá como un pintor que apoya el atril y se dedica a registrar lo que pasa a su alrededor. Aisla un pueblo para meterse bien adentro del mismo modo que Von Triers, tomó el suyo y lo escenificó en un ambiente sin decorados en su trilogía de los Estados Unidos –arrancó con Dogville y le siguió Manderlay-.

En “La cinta blanca” hay puertas donde la cámara de Haneke no entra. Paredes que te impiden mirar lo que sucede allí atrás. Pero todo se escucha. Y el hombre, se maneja con la sugerencia. Te impone su ritmo. Te narra, a su modo. Y lo que no se cuenta, te queda rebotando en la cabeza.

La Cinta Blanca narra la vida de un pueblo en Alemania, en los albores de la Guerra Mundial. Los padres tienen doble vida: severos por un lado, perversotes por el otro, pisoteadores, golpeadores, en fin, gente linda. Los niños, callados, disciplinados, explotan por detrás y elucubran los crímenes y supuestos accidentes que se disparan a lo largo y ancho del pueblo.

Comparan el cine de Haneke con el de Bergman, y con la obra de Brecht. Hay un gran malentendido en cada película, irresoluble, de principio a fin. “El propósito de mis películas”, dijo una vez, “es proponer ciertas preguntas, y sería contraproducente si yo mismo respondiera a ellas”.

 Yo me perdí “La pianista” y “El séptimo continente” sobre una familia que se suicida antes de seguir en este mundo loco. Pero había visto la impecable “Cachet escondido” –se llevó un premio en Cannes y cinco galardones en el cine europeo-, esa intriga tremenda, ese hueco oscuro de misterio en medio de la historia, es búsqueda frenética por ver quién corno vigila a una pareja en apariencia común y silvestre, y quise más. Alquilé “Funny games” y fue lo más parecido que hizo Haneke a una película de terror. Nunca sabés por dónde va a seguir a la película siguiente. Aunque, más que horror era un sufrimiento atroz –el dijo que era una parodia de thriller-: un par de pibes secuestra a una pareja en un barrio caro y les hacen parir todo lo que resta de película. En un momento, cuando están por escapar: Haneke te caga la vida: uno de los secuestradores, toma el control remoto, retrocede la historia y consigue salirse con la suya. Una maldad pura del director. Haneke te dice: ¿así que querías Hollywood y pensabas que iban a escapar y llamar a la policía? No, m’hijito, la vida no es así redonda. La vida es más cruel, azarosa, y a la deriva de lo que uno cree. Y Haneke es mucho más astuto que cualquier americano con un buen aparato de prensa atrás.

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