APOLOGÍA DEL FRANCOTIRADOR DE BARRIO PARQUE
Por qué lo quiero tanto al abogado Novaro

Gabriel NovaroGabriel NovaroPor: Cicco. Yo siempre quise, para mis asuntos legales, alguien que me defienda con firmeza. Alguien con temperamento que no se deje llevar por las circunstancias. Que sepa cómo trabaja la justicia del lado de adelante y del lado de atrás. Alguien que haya conocido la fama, el poder y que, al menos una vez en su vida, se haya llevado una modelo a la cama, aunque sea una de sus extremidades inferiores. Alguien con un buen apodo, algo intimidante, cosa que uno pueda decir ante el tribunal, “Señor juez, no tengo nada que decir sobre los cargos en mi contra de robo a mano armada de helados cucurucho, pero traje al ‘22’ conmigo para ver cómo lo podemos resolver”. Esta es la clase de profesionales que necesito a mi lado. Gente entera, pujante.

Hasta que lo detuvieron en su casa de Barrio Parque, atrincherado  y armado hasta los dientes, al abogado Gabriel Novaro se lo conocía como el 22. Pero también se lo conocía como el “Rompehuesos”. Y quiere que le diga, no sé cuál de los dos apodos me gusta más. Novaro vivió en Miami, coleccionaba autos importados. Se dijo que le compró la Ferrari a Maradona. Tuvo de novio a una modelo. Se mudó a Barrio Parque y desde entonces, no lo dejaron en paz. No lo dejaron hacer su trabajo. Justo a Novaro, un hombre que, según se dice, exigía todo de sí mismo, pero básicamente exigía todo de sus clientes. Pedía una entrega absoluta, una dedicación exclusiva a la causa, al punto de que sus propios clientes, se sospecha, debían quebrar sus propios huesos, cuanto más mejor y dejar aunque sea una mano sana con la cual demandar al seguro. Así es como, se cree, Novaro hizo su fortuna y se ganó su segundo apodo.

El primero, el 22, le vino por su pasión por las armas. Y tiene razón Gabriel: ¿qué es un abogado si no va debidamente armado a Tribunales? Es apenas un mentecato de traje y corbata. Un pobre bueno para nada que piensa hacer justicia en un mundo al revés. Novaro no: Novaro es un ser excepcional. Me gusta casi tanto que los abogados vayan armados a las audiencias como que las mujeres vayan sin ropa interior. Estas son las cosas que hacen la vida más entretenida. Y, sobre todo, más sencillas. Para qué sumar papelerío a una justicia ya atiborrada de causas. Para qué sumar lencería al trámite. Que yo sepa, en las películas del Far West se veían menos juicios que indios con ojos celestes.

Y esto es precisamente lo que necesitamos, profesionales que aceleren las cosas. Que vayan a los bifes. Que pongan los puntos sobre las íes y que los pongan con una 9mm. Pero claro, siempre hay gente retrógrada que no quiere que esto avance. Que el mundo  evolucione. A Novaro le llegaron ocho denuncias del Colegio de Abogados, porque, claro, no soportan su estilo fascinante de ver la vida, su forma retro de resolver los pleitos. Por otra parte, siempre hay vecinos que se les ocurre cualquier cosa, por ejemplo, que un abogado que vela por el bien de sus clientes, es un francotirador que dispara a cualquier hora del día y levantan denuncias innecesarias que empantanan la transformación de este mundo. Y después viene la policía y, claro, todo hombre que busca algo nuevo, que lucha por un planeta mejor y, fundamentalmente un mundo mucho más rápido, resiste con uñas y dientes. Resiste parapetado, en su dormitorio, el último lugar del planeta donde está a salvo, él y su utopía. Y lo detienen y le meten atención psiquiátrica. Y, lo que es peor, lo ponen tras las rejas. Es así como nos quedamos sin el 22 por un buen tiempo. Hasta esta semana, cuando –escribo esto y me emociono- lo liberaron. Así es. Lo tenemos al Rompehuesos con nosotros. Hoy brindo con champán en su nombre. Y lo llamo al estudio. Yo lo quiero tanto. Porque, al igual que Gabriel, quiero un mundo mejor. Un mundo donde todo es posible. Un mundo donde para salir adelante, hay que romperse bien los huesos.   

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