LAS DOS CARAS DEL MAESTRO AMOR |
¿Se puede ser pedófilo y hacer milagros? |
Por: Cicco. Hace años que estoy aguardando silenciosamente escribir esta nota. Escribir sobre el maestro Amor. Era cuestión de tiempo hasta que alguien lo denunciara por abuso. Y los medios empezaran a llamarlo el nuevo padre Grassi. Todos los elementos estaban ahí para que viniera alguien y, zas, los recogiera: popular, carismático, milagroso, convocante, con comunidad propia, y medio valija. |
Un amigo acompañó en una gira al maestro Amor por Uruguay, tiempo atrás. Este amigo es periodista pero también es un buscador espiritual. Y de aquel encuentro volvió más confundido que antes. “Por un lado, se notaba que ayudaba a los demás y que era muy poderoso. Decía cosas como: ‘Acabo de quitarle el tumor a Susana, en Córdoba’. O ‘Le dí energías a Ernesto para que sobreviva a la operación’. Mientras tanto, sudaba a mares, nunca ví sudar tanto a una persona. Y los asesores le alcanzaban remeras secas para remplazarlas”. Algo maravilloso e incomprensible sucedía en su habitación de hotel. Los asesores de Amor, un gurú que afirmaba ser encarnación del Sai Baba, eran justamente la parte del asunto que confundía más a mi amigo. “Se notaba que eran más que asesores, eran más íntimos y la relación con ellos era más ambigua”. Mi amigo ya intuía algo de lo que vendría después. Bastaba solamente con que uno de esos asesores divulgara un secreto demasiado cercano para que la policía se le echara encima y lo ponga al padre y a todo su amor tras las rejas.
Hace años, les decía, que estoy aguardando con suma paciencia escribir esta nota para resaltar un punto que se le escapa a los medios. Algo que con mi amigo discutimos largamente y que al final, nos pusimos de acuerdo. Es algo que se aplica al maestro Amor, pero que también, en otros ámbitos, en mayor o menor medida, se aplica a otros personajes que uno quiere u odia, o ambas cosas a la vez. Es la gente con varias caras. La gente que nos confunde. Que nos pone entre la espada y la pared. Que nos coloca ante un dilema que siempre inclinamos por el lado moral de la condena. Y al otro lado, no lo queremos ni ver porque nos alborota, nos hace temblar, nos mueve el piso y después, en el baño, meamos para afuera.
No queremos ni preguntarnos estas cosas: ¿Puede Berlusconi coger a cuatro manos con jóvenes prostitutas en su casa, ser un jeropa bárbaro y aún así ser un presidente probo y excepcional?
¿Puede un juez ser descubierto en un cabaret para gays siendo sodomizado por melenudos, y seguir siendo un juez objetivo y justo?
¿Puede un comisario disfrutar del sexo con ovejas y aún así ser transparente, benévolo e incorruptible?
¿Puede un periodista consumir dosis de cocaína tan altas como para recrear el Cerro Catedral en invierno, y aún así ser talentoso, imparcial y ecuánime?
¿Puede un músico ser vanidoso, mentiroso, garca, traicionero, culo roto, y aún así componer extraordinarias y sentidas baladas románticas?
Y, por último, ¿puede un gurú ser un pedófilo incurable lamepitos, y aún así practicar auténticos milagros?
Estamos preparados para ver solo una cara de la moneda. La otra nos da miedo. No hay forma de unir los extremos. Nuestra mente simplemente no puede hacerlo. No está capacitada.
Sin embargo, pensar objetivamente en cómo actúa uno mismo ayuda a encontrar una respuesta: a veces, uno es un poquito farsante, otras un poco solidario, un poquito garca y egocéntrico, otro un poco altruista y hombre de familia, un poquito mezquino y otro poco generoso, un poco atlético y deportista, y otro poco borracho y falopero. Verá que usted también guarda tantas caras que asustan. Es por eso que uno no perdona las dos, o tres, o mil caras en los demás. Teme que, si mira bien adentro, si mira en las profundidades de su interior, pueda reconocerse.
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