TANGALANGA TIENE RAZÓN |
¿Putear es bueno para la salud? |
Por: Cicco. No sé qué piensa usted de la vida y obra de Luis Alberto Spinetta. Sin embargo, yo pienso que algo le debe estar sucediendo al tipo: hace poco, habló maravillas de Juanse, el líder lobotomizado de la banda Ratones Paranoicos y tiempo atrás, no sólo elogió en abundancia sino que asistió a La Trastienda a celebrar el cumpleaños número 90 de Tangalanga, el viejito que gasta gente telefónicamente y que se ha convertido en héroe nacional. “Es tal el aporte que se da con el interlocutor de cada llamada en esta lista de conversaciones”, dijo Spinetta, fiel a su estilo, “que puede afirmarse que estos diálogos continúan entre todos modificando el propio lenguaje, en un osado y romántico intento del autor para desbaratar la trampa, la trapisonda”. Pero esta, por suerte para todos nosotros, no es una nota sobre Spinetta. |
Esta columna es sobre Tangalanga, Tarufetti, Rigatuso, Sarangana, los infinitos apodos de Julio Victorio de Rissio, un ex zapatero convertido en el jodón telefónico más célebre de los tiempos. El grupo Planeta acaba de editar el “Libro de oro de Tangalanga”, donde se anuncia con bombos y platillos que contiene las conversaciones completas del viejito, que fue hasta motivo de nota en el Wall Street Journal. Allí verá cómo se regodea haciéndola pasar como el orto a dentistas, playeros, funebreros, pizzeros, a cancheros, peluqueros, hoteleros.
Este Rissio tiene 92 pirulos y 38 discos editados con sus jodas. Sobrevivió a la hepatitis en el ’80, a varios by pass, a la artereoesclerosis, y a la Argentina. Es raro que un hombre así haya salido airoso de tanto y con tanta edad. Pero quiere que le diga una cosa, yo tengo una teoría que los médicos no quieren revelar. Y es esta: putear es bueno para su salud. No sólo putear, gastar, humillar y revolver la miseria ajena, libera una cascada de endorfinas, multiplica los glóbulos blancos, levanta las defensas y logra milagros como el de un zapatero que no hizo otra actividad más que levantar el teléfono, hoy a los 92, goce de firme lucidez, vitalidad y pueda seguir gastando libremente a los demás, para mantener sus enfermedades a raya.
A lo largo de mi vida, conocí gente de modales irreprochables, nunca una palabrota, siempre hacían lo correcto, víctima de cánceres fulminantes, suicidios impensados, soriasis galopante. Si les veías la cara, era el rostro calcado de alguien sin baño y con cagadera. Mientras que los turros entre los turros, los que declamaban cualquier barbaridad caiga quien caiga, tuvieron vidas inquebrantables, rebosantes y, como mínimo, hincha pelotas para todos aquellos que los rodeábamos. No importaba todo el tabaco, el alcohol, las drogas que consumieran, siempre estaban espléndidos, y los chequeos médicos concluían en que su salud era la de un toro. ¿Por qué sucede esto? Por el mecanismo liberador del gaste. Por la fuerza poderosa de descarga de la puteada.
Richard Stephens, psicólogo de la Universidad de Keele, en Inglaterra, estudió la reacción de 64 estudiantes que metían su mano en agua helada. Primero les pedía que dijeran palabras habituales como “madera”, “marrón”, “cuadrado”. Y luego, que insultaran libremente. Stephens concluyó que maldecir creaba resistencias frente al dolor físico y permitía atravesar un 30% más el dolor. Aún no se explica por qué, pero que sucede sucede.
Así que para concluir y, con fines puramente terapéuticos, quisiera que usted, su familia y su séquito de amigos, se fueran todos a la mierda. Y si en el camino, lo ve al flaco Spinetta, mándelo también a él. No sabe lo bien que le haría a mi sistema inmunológico.
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