CÓMO TE CAGAN CON ESTILO |
¿Sos víctima de la estafa cool? |
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El sábado fui a ver a la banda REM en el Club Ciudad de Buenos Aires, en el marco del Personal Fest y descubrí que no hay nada como un festival de rock para descubrir lo mucho que nos ensartan sin que nos demos cuenta.
Decir vi a REM es una forma errada de decirlo. Lo que se produjo entre la banda y mi condición de asistente al concierto, fue más bien algo cercano a la telepatía y las señales de humo. Técnicamente, no ví a ninguno de los músicos. Al igual que el 90% de los que estábamos ahí, sólo pudimos tener flashes del show a través de unas pantallas gigantes colocadas en tres partes del escenario. Mucha gente elogiaba lo bien que estaban armadas estas pantallas: el ritmo, los cortes enloquecidos de edición, qué bonito, decía esta gente, qué tremendo. Sin embargo, lo cierto es que en el escenario podían estar los Tres Chiflados sacándose los ojos, mientras transmitían un concierto de la banda en Dinamarca, y para todos nosotros hubiese significado lo mismo.
Por suerte aún no se inventó la forma en que te comas un sánguche virtual por Internet, sino ya estarían vendiéndote uno. Me encantaría participar en la concepción de un producto, en la génesis de un producto. Estoy convencido de que dan por descontado que siempre hay una parva de boludos para consumirlos.
En mitad del recital de REM, de vez en cuando se producía el milagro: las cabezas de adelante –una construcción de bloques semejante al Tetris- formaban un corredor y podía verse allá en la lejanía algo semejante a una bola blanca brillante brincando de un lado a otro y recordar lo que era ver un recital. Esta bola era -las pantallas lo corroboraban en vivo-, el cantante de REM, Michael Stipe quien, por más que tomara todo el impulso del mundo y saltara como resorte, difícilmente íbamos a llegar a verle algo más que la bóveda craneana y con suerte, un globo ocular. El bajista –o lo que se suponía era el bajista original-, llevaba, por suerte, sombrero de cowboy así que era más fácil distinguirlo de entre las demás cabezas.
Ahora bien, ¿por qué razón uno tiene que dar por sentado este ensarte olímpico, que más que sentada reúne las propiedades de la penetración anal no consentida? ¿Por qué tiene uno que conformarse viéndolo por la puta pantalla si pagó más de 100 pesos por verlo en vivo y en directo?
¿Por qué en la entrada de estos festivales tiene que aceptar tirar la botellita de agua aún cuando es de plástico porque, claro, te explican que adentro hay concesión de bebidas y te cobran el agua ocho pesitos, vieja? ¿Por qué hay un par de locales locos de comida donde uno debe hacer una cola de 40 minutos por comer un paty reducido a moneda de 25 centavos y pagarlo una fortuna?
Pero, básicamente la pregunta que deberíamos hacer es la siguiente: ¿por qué en los recitales no suben aunque sea un metro el escenario así vemos todos, especialmente los que estamos bajo la línea del metro setenta? ¿Es un problema de acústica? ¿Qué corno pasa? Lo consulté con Ignacio Manzo, ingeniero de sonido y musicalizador, y esto es lo que me dijo: “En los últimos años me dió la sensación de que cada vez meten más gente en los recitales y que estás apretado incluso a 70 metros del escenario. No se ve nada, se escucha mal, estás incómodo. Creo que habría que destinar un lugar especial para estos recitales, donde progresivamente se vaya haciendo más alto, como una rampa. Más baja cerca del escenario y tres metros más alta a 50 metros del escenario. Incluso me imagino que se escucharía mejor. No hay que pagar más un montón de plata por estos espectáculos: si pagás, es un robo.”
Un amigo que no entiende nada de sonido, me advirtió: “Sabés qué pasa: es que todo en esta vida está organizado para gente alta, no para vos”.
Tal vez, en buena medida, nos tomamos los ensartes con tanta tranquilidad porque juzgamos que están pensados para gente mejor que uno, más alta, más adinerada, más fina. Gente que no come un pomo y que le gusta ver sus tomates como gladiolos en el plato. Gente que le gusta ir a los recitales para después contar que fue a los recitales. Es decir, la gente linda del mundo, quienes cooperan para que te sientas un inútil y pagues por, aunque sea, que te traten como si fueras uno de ellos y estuvieras a su altura. Así que, si vas a un recital y no ves un pomo, si vas a un restorán y te tratan como si tuvieras el estómago de un canarito, date por contento. Sos uno de los elegidos.
Si aún con un dedo enterrado en las nalgas, podés sonreír y disfrutarlo a lo grande sos, sin duda alguna, uno de ellos. Y esta vida y este mundo están hechos para vos.
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