LA CULTURA CHANTA |
¿Las becas los vuelven Idiotas? |
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Lo que no saben es que, darle dinero a un escritor o a un artista, es como proveer con drogas a un adicto. Una vez que las tiene, no moverá un dedo por más que una vaya y lo mee encima.
No hay nada peor que premiar con dinero o becar a un representante de la cultura –otra cosa es, naturalmente, becar a los científicos-. Pero con los ilustres miembros de la cultura, no importa lo que piense: los resultados suelen ser atroces.
Es mejor recompensarlos con viajes, con capacitaciones en universidades del extranjero, con bombones, con cajas de buen vino, con masajes en los pies.
Por otra parte, está comprobado que no hay mejor regalo para darle a un escritor que una prostituta. Ella llegaría puntualmente una vez a la semana como parte de la beca, seleccionada de un amplio catálogo, y lo succionaría de tal modo que el autor medianamente consagrado, empezaría a sentir un gradual pero intenso deseo de vivir la vida. Al cabo de varias sesiones, la prostituta arrasará con su alacena, con su heladera, con su cuenta bancaria y lo dejará, de un día para otro, enfermo, y económica y psicológicamente quebrado. Y este, como todos sabemos, es el caldo de cultivo de las obras maestras.
Meses atrás, conocí a un joven sociólogo, atento e instruido pero con el mismo ritmo biológico de un oso en plena hibernación. Es decir, prácticamente imperceptible. Yo lo había contactado por un artículo, digamos –estoy inventando- sobre los chupetines de frutilla. Él sabía mucho sobre esta clase de chupetines. Así que le hice un ofrecimiento que, creía yo, era irresistible. “¿Y por qué no escribís un libro sobre los chupetines de frutilla?”, le propuse. “Conozco gente en el mundo editorial, nadie hizo un libro sobre chupetines, sería único. Y vas a lanzar tu carrera públicamente”.
Cualquier otro representante de la cultura, se hubiese sentido entusiasmado. Hubiese abierto los ojos como platos. Hubiese preguntado por dónde empezar. Pero el sociólogo siguió observándome con sus pequeños ojos de oso. “¿Y cuánto me pagarían?”, preguntó. “Mínimo unos cinco mil pesos como adelanto”, le dije. Él me miró, bostezó, me volvió a mirar y volvió a bostezar. Entones, me reveló la esencia de su sueño más profundo –como podrá intuir, el concepto de sueño no está aquí empleado como sinónimo de ilusión sino simplemente como sueño, siesta, caput-: el sociólogo cobraba una beca. “Yo cobro tres mil pesos de una beca mientras hago mi tesis sobre los caramelos en la Argentina (nota: esto es un invento mío, en verdad, la tesis era más aburrida que la de los caramelos). Cómo los caramelos afectan los molares de los argentinos a lo largo de la historia. Y cómo varían las prácticas masticatorias de acuerdo a cada provincia. Yo leo libros y cada tanto me reúno con un tutor, que es amigo y me supervisa. ¿Vos te pensás que voy a hacer semejante trabajo sobre los chupetines por cinco lucas? Dejame con la beca”. No pude dejar de señalar al sociólogo que tenía razón. Económicamente hablando, era mejor seguir cobrando tres lucas y vivir la vida del oso en la cueva, sponsoreado por un dueño de la cultura descerebrado que cree que el caramelismo es fundamental en nuestra civilización. Sin embargo, dar dinero es contaminar severamente el frágil equilibrio de la cultura, lo cual produce bestias en cadena que sólo se ocupan de cómo persuadir a los dueños para que les den alimento. Estas bestias son muy astutas: una vez que vieron cómo otra obtuvo su plato de comida, imitará cada paso al mínimo detalle para que, él también, tenga su recompensa. El mundo es así un lugar divino para estos animales. Sin embargo, para los amantes de la naturaleza y la diversidad, de los buenos libros y el arte jugado y audaz, es una cagada atómica. Es un páramo.
Por eso, les decimos: dueños de la cultura, por favor, basta de bancar a los osos. Déjense de joder de una buena vez. Queremos leones.
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