Esta página viene advirtiendo, desde hace años, el gran negocio que se oculta detrás de las múltiples maratones que se organizan en la Ciudad de Buenos Aires con el auspicio y la participación económica del diario Clarín, la complicidad del Gobierno de la Ciudad de Buenos Aires y la supuesta fiscalización de la Federación Atlética Metropolitana y la Confederación Argentina de Atletismo.

El domingo a las ocho de la mañana, Osvaldo Norberto Carrizo, atleta santafesino, se desplomó en la carrera y murió en el hospital Fernández. Tenía 55 años, y al parecer se descompensó en el kilómetro cuatro de la carrera de 21 kilómetros. La causa de la muerte, según los organizadores fue "paro cardiorrespiratorio, fibrilación venticular". Es decir, lo obvio.

Mientras ello ocurría Alberto Crescenti, director del SAME, informaba a los medios que otro corredor de 37 años, había sido  llevado primero al Hospital Pirovano y luego al Hospital Fernández para ser operado. Al parecer un problema similar a Carrizo.

Una investigación debe iniciarse inmediatamente para verificar las responsabilidades de la organizadora Asociación de Carreras y Maratones Ñandú, donde convergen varios periodistas, y de los fiscalizadores Federación Atlética Metropolitana y la Confederación Argentina de Atletismo, además de la Logística que debió proveer el Gobierno de la Ciudad.

Si bien es cierto que a la hora de inscribirse se les pedía a muchos corredores que presenten un formulario con firma de médico donde el profesional señalaba que “en el día de la fecha y al momento del examen no aparecen signos de dolencia y/o enfermedades que desaconsejen la realización de actividades físicas y deportivas que le impidan correr  en carreras de calle de más de cinco kilómetros”, lo cierto es que todos saben lo fácil que es conseguir una firma médica que ponga el sello en un papel standard que se baja por internet.

Las inscripciones en carreras de altísima exigencia física como lo es un maratón de 21 kilometros deberían exigir una prueba de esfuerzo para descartar enfermedades coronarias, especialmente a partir de los 35 años y un electrocardiograma. Nada de ello ocurre generalmente en la Argentina. Pero no estamos solos en los desatinos: por la experiencia de otros corredores en famosas maratones, la vista gorda es una especialidad universal. A los recaudadores les importa la platita. Sepan ustedes que el Maratón de 42 kilómetros de New York le saca a cada competidor extranjero 347 dólares. La carrera de ayer en Buenos Aires le costaba a cada argentino/a 800 pesos y a cada extranjero 70 dólares. Con 20.000 inscriptos se calcula que la recaudación del domingo superó los 530.000 dólares.

El vidrioso reglamento de la carrera contiene un texto llamado deslinde, por el cual los organizadores pretenden excluirse de responsabilidades (es la historia del famoso cartelito que acompañaba a los viejos ascensores y que decía “habiendo escaleras, la empresa no se hace responsable por los daños que cause el ascensor” y que la jurisprudencia declaró nulo), así como una confusa redacción en el capítulo de los premios que oculta el dinero que se concede a los ganadores de la carrera y que se disimula bajo el disfraz de una copa.

Como siempre decimos, aquí hay algo del célebre mito del ñandú escondiendo la cabeza.

Ojalá que alguien investigue, para que alguna vez las carreras de fondo en Buenos Aires sean dignas.

Como las y los atletas que la corren.