Desde hace dieciocho años trabajo para el Bafici. Salvo por algún momento excepcional en el que hice menos trabajos que el año inmediatamente anterior, desde 2001 a esta parte el festival se ha vuelto progresivamente una obsesión de cada vez mayor intensidad, sobre todo en los meses inmediatamente anteriores (aunque en esta ocasión pueden considerarse como meses anteriores todos los que vinieron después del fin de la edición 2017). Tuve -tengo- la suerte de dirigirlo desde la edición número 18, y esta es nada menos que la edición número 20, que suma lo del número redondo y la línea del tango Volver.

Y queríamos y queremos que sea celebratoria, como todas pero un poco más: ya veremos si lo logramos en los hechos del 11 al 22. La programación ya fue anunciada esta semana, en una conferencia de prensa la que me comentaron varias veces que se me veía muy contento al presentarla. Esa alegría tiene que ver, en parte, con un proceso previo de características singulares, un poco más demandantes pero que dejó todo automatismo de lado. Ojalá se haya transmitido la convicción que tenemos en el equipo, en el que trabajamos en unidad, armonía, respeto y hasta cariño y a la vez con fuertes pareceres individuales, que derivaron en no pocas discusiones que desde afuera quizás puedan parecer risibles, pero si un plano es lo mejor del año o lo más abominable del milenio es una discusión que vale la pena que exista. Así, algunas películas que perdieron numéricamente votaciones entre los seis que tenemos el privilegio de decidir su inclusión, están en la programación por el convencimiento que hubo a la hora de sostener su pertinencia e importancia en este 2018 de festejos por los 20 años, en los que miramos hacia el pasado pero sobre todo en el futuro.

Creemos en un festival que nos permita sentir que podemos recomendar -no todos nosotros pero sí por lo menos con individualidad y pasión- cada una de las películas para que vayan a verla. Por eso estoy cada vez más convencido de no hacer lo que hice años anteriores en este mismo espacio semanas antes del inicio de cada Bafici del que participé de la programación. Me refiero a eso de hacer una lista de recomendaciones. ¿Cuántas se pueden recomendar de forma más o menos consistente en una columna? ¿10? ¿15? ¿20? ¿Recomendaciones generales? Hum, no creo mucho en ellas; por eso desde 2016 empecé un sistema de recomendación personalizado en Twitter y Facebook en el cual me dicen tres directores que les gustan particularmente y a partir de ahí sugiero películas del Bafici. Eso me parece más claro y menos errático; y, a veces, interminable pero necesario. La errancia, por otro lado, creo que es casi la mejor manera de encarar el acercamiento inicial a un festival. Entrar por lo que quede más cómodo por cercanía u horario, o si hay diversas posibilidades en ese sentido quizás guiarse por la foto del catálogo, o el título, o los textos. Un festival es algo demasiado grande en términos de amplitud oferta como para ceñirse a “las recomendaciones”. Hace poco en una entrevista radial uno de los periodistas me dijo que suele disfrutar mucho de ver películas que no sabe qué son porque las entradas las saca algún amigo, o su novia, y que gracias a eso ha visto películas extraordinarias que de otra manera no hubiera visto. Esa es la recomendación central: vean lo que los tiente (lo que “los provoque”, como dirían en Perú con la anuencia de Pauline Kael): este Bafici está pensado por gente que ama el cine, que tiene la suerte de ver películas como trabajo privilegiado, y que va a defender con pasión aquellos que vamos a ofrecer en doce días para ir al cine como nunca se podría en el resto del año. Como alguna vez dijo el crítico chileno Héctor Soto, las películas no se completan hasta que uno tiene una charla sobre ellas, o lee sobre ellas, o discute sobre ellas. En el Bafici les ofrecemos esa comunicación, esa forma de ver cine divertida, apasionante, adictiva, con otros y en pantalla grande, esa experiencia que hizo al cine el gran arte del siglo XX y que puede seguir siéndolo en el siglo XXI. Siempre y cuando entendamos que es mucho más que 20 películas al año publicitadas al infinito, y que las series son mucho más efímeras. Es decir, van a tener ganas de ver otra vez Mulholland Drive o Wayne’s World, y dudo mucho de que quieran revivir las temporadas de Lost.