Lunes. Cansancio permanente. Se usa decir que es “por la altura del año.” Intento leer un poco a Leautaud de madrugada pero no termino de entrar en sus correrías sexuales en esa París mítica de los sobres, las cartas y los salones. Cuando estoy mal dormido, le exijo más a lo que leo, y Leautaud y sus mujeres me parecen muñecos polvorientos.

Martes. Los que hablan de “viajar”, a dónde sea, por el hecho de moverse, los que hablan así, con entusiasmo, me entristecen. ¿Viajar? ¿A dónde? El hecho de viajar, a lugares hermosos o ruines, me desagrada. No viajaría nunca a ningún lado. Ni siquiera viajaría dentro de la ciudad. Moverme de un barrio a otro ya me fastidia. Ni siquiera viajaría a Italia. Estas ideas, más bien son sensaciones, implican una aceptación no tan tácita de Buenos Aires. Pero también hay algo que tiene que ver con el tiempo y la lectura. (Aunque suelo leer en el transporte público, y cuando hago viajes más largos. Quizás lo que gusta de los viajes sea la idea de compañía, de estar con otros, de ser otro. A mí lo único que me tienta de los viajes es la soledad que pueden llegar a habilitar.)

Miércoles. Solo el lector literal puede creer que la identidad se construye haciendo declaraciones en las redes sociales. El gran comodity de todos los tiempos es la identidad. ¿Por qué? Trae confianza y seguridad. La identidad, antes llamada también ciudadanía, no se consigue diciendo lo que uno es, sino a partir de la mirada siempre un poco estrábica del otro. Por eso las redes sociales giran en falso. Solo creen en ellas los lectores literales o los ociosos o los compulsivos. En el futuro la identidad va a ser un bien de lujo. Nadie va a ser nadie. Solo los poderosos van a tener nombre.

Más tarde. Echarle la culpa al capitalismo por cualquier cosa conlleva la saneadora representación de un sentido y descomprime nuestra neurosis. La pasión de los liberales es el dinero, y la de los izquierdistas, el narcisismo. ¿Quién va a distribuir la riqueza? ¡Yo voy a distribuir la riqueza! Los lectores literales que ven fascismo en cualquier cosa están pidiendo fascismo. Gozan contra el fascismo, o mejor dicho contra la idea de fascismo. Y como el fascismo hoy no existe, lo recrean y publicitan. El lector literal, ¿qué amor prefiere? ¿Qué forma del amor practica o ilusiona?

Más tarde. La democracia no es un abuso de la estadística, sino un abuso de la sinécdoque. “With usura hath no man a house of good stone” cantaba el poeta.

Miércoles, medianoche. El fetiche del libro es diferente al fetiche del lector. El lector lee en cualquier soporte. Lee de la web, de un ejemplar sin tapas, lee “los papeles rotos de la calle.”

Jueves. Leo en Clarín que explotó una bomba casera en el cementerio de la Recoleta, frente al mausoleo de Ramón Falcón, y “le provocó graves heridas a una mujer, que sería una de las dos personas que trasladaban el artefacto.” La mujer ahora está internada con quemaduras y riesgo de vida en el Hospital Fernández. En Wasap circulan fotos horribles. La explosión le causó “heridas máxilofaciales.” Después Clarín dice: “Fuentes de la Policía de la Ciudad confirmaron que se trata de una pareja y que ambos quedaron detenidos. La mujer sufrió heridas graves, incluyendo la pérdida de tres falanges de una mano. Además, en el lugar quedaron las pelucas con las que entraron disfrazados. Ella usó una silla de ruedas como parte de su caracterización.” Ahora, si se salva, quizás use la silla de ruedas para andar por la cárcel. Es bastante ridícula la noticia. Un grupo de anarquistas hace un atentado en un cementerio para matar un muerto. El atentado sale mal y el muerto casi mata a los anarquistas. Ironías barrocas del siglo XXI.

Viernes. Ayer compré algunos libros. Encontré, en una librería de usados, sobre Corrientes, La humillación de los Northmore de Henry James, la edición de Cuadernos de la Quimera, prologada por Borges. Comprar o conseguir libros siempre conlleva felicidad.