Lunes. Soñé que vivía en un edificio mucho más luminoso y nuevo, y que, en el pasillo, al abrir la puerta de mi departamento, encontraba el paisaje de una mudanza. Lámparas de pie, valijas, paquetes, canastos de mimbre, todo tipo de enseres embalados, y, por supuesto, cajas de cartón con libros. Muy rápido comenzaba a inspeccionar las cajas, encontraba libros que me gustaban y simplemente los robaba. No había moral que me lo impidiera en el sueño. Era algo natural. El domingo parece que Mauricio Macri fue a una casa en Mendoza y dijo “Tengo que estar tranquilo, no volverme loco porque si me vuelvo loco les puedo hacer mucho daño a todos ustedes.”

Martes. El artificio, el artificio, el mecanismo, la lengua, pero sin un poco de verdad no se puede escribir ni una línea.

Martes, más tarde. Releo El alquiler del fantasma. La hija fantasma que alquila la casa del padre. No creo que sea culpa lo que funciona ahí. O, digamos, hay algo más aparte. Hay otra lectura, menos psicoanalítica y más histórica. La hija lo despoja de la casa, sí. Lo castiga. “Es desagradable” dice el padre. Pero en vez de pedir un tributo -esa sería la lógica premoderna, el tributo al monstruo, el minotauro, etc-, el monstruo se transforma en empleador. No le paga un alquiler, le paga una pensión, un sueldo. Y si lo miramos así eso cambia las cosas. Ya en el siglo XIX es el empleado, el asalariado, el jubilado que va a cobrar con mucho esfuerzo sus viejas monedas, el humillado. Ya no se rinde tributo al monstruo, de forma premoderna, medieval. Hay una unión de dependencia y poder invisible y al mismo tiempo indisoluble. No hay que pasar por alto la pertenencia militar del padre. Es un soldado viejo que depende de un fantasma que lo asusta para vivir. La institución, orgullosa, doblegada. Creo que ahí Henry James está diciendo algo sobre las condiciones de vida del siglo XIX. Obviamente después está el desenlace con el fantasma, o podríamos decir lo sobrenatural, que hace que el cuento sea mucho más complejo y completo. Lo que se cae es el negocio, la transacción, la relación comercial. No se puede mercar con todo, aunque esté presente siempre. Henry James vuelve a plegar la narración, para decirnos “cuidado que no todo se puede reducir a las relaciones económicas. Hay algo que se nos va a escapar siempre.”

Miércoles. Soñé que Malena Pichot se analizaba con mi madre. Yo estaba en la heladera de la casa de la calle Campichuelo, agachado, buscando fruta en el cajón de abajo, masticando una frutilla que parecía congelada y ella entraba por la puerta del comedor y me veía ahí, y se reía de mí con simpatía. No hablábamos pero yo sabía, o descubría que ella se analizaba con mi madre. Hace años que no vivo en esa casa y que mi madre no atiende en el consultorio que tenía ahí. (Creo que ahí atiende la mujer de mi hermano ahora.) Malena Pichot se reía y yo comía una frutilla demasiado refrigerada, casi congelada, mientras buscaba otras frutas. Y ella se analizaba con mi madre, lo cual puede ser incluso cierto hoy, aunque no creo. El sueño era diáfano, agradable. Al mediodía salí hacia el Parque Rivadavia a buscar un libro de Mercado Libre. Caminé por calles que no conocía. Calles de mi barrio que nunca había transitado. No me perdí. Solamente caminé por otros lugares, dando un rodeo. La vieja casa velatoria de la calle Giordano Bruno, frente a la plaza, estaba en venta. Pensé en los muertos que ya no son negocio, pensé en los fantasmas que quedarían ahí. (Es casi seguro que van a hacer un edificio ahí, los fantasmas quedarán en el planta baja, merodeando las cocheras y los autos. Henry James podría narrar esa permanencia.) Después pasé por el Normal 4, mi colegio. Saqué unas fotos. En la feria encontré un puesto de libros quemado. Nunca había visto algo así. Era triste. Pregunté pero nadie me quiso decir qué había pasado. En el puesto número 6, me dieron mi ejemplar de Valis de Dick. Pagué un buen precio. Volví caminando esta vez con el recorrido habitual. Mientras caminaba, pensé que las tres o cuatro oportunidades que tuve en mi vida de hacer algo importante las desperdicié.

Jueves. Hablo con mi madre. No le cuento el sueño. Me dice que el análisis es pasar de la novela al cuento.

Viernes. No hablar. No leer. No escribir. Aguantar.

Sábado. Escribo mucho la palabra “todo.” Me irrita eso. ¿Por qué lo hago? Todo, todo, Todo el tiempo. También escribí un artículo sobre Lucien Carr.