Tengo un amigo, argentino de origen piamontés, cuya principal actividad en la vida es la sostenida y permanente lucha por pagar el alquiler más barato posible. Vivió en varias ciudades argentinas, donde recorrió y alquiló en muchos barrios diferentes, y finalmente emigró a México, siempre con el mismo objetivo vital. Entiendo que no le interesa ser propietario. No se trata de ese tipo anhelo. Un amigo en común que tenemos definió la anagnórisis como el momento en que se paga el alquiler. Otro amigo dijo que había que hacer un reality show. ¿Cómo sería? ¿Un argentino viaja por el mundo buscando el alquiler más barato? ¿De cuánto dinero hablamos? ¿Qué calidad de alojamiento podemos encontrar por cien euros, por siete mil rupias, por doscientos dólares mensuales? Las reglas podrían ser muchas. Por ejemplo, se le da una cantidad de dinero y se le dice: “arreglate, a ver qué conseguís.” Hay público para un programa así. Se lo rodaría en los patios del conurbano del Cairo, en los barcos habitaciones de Hong Kong, en las ya muy turísticas favelas de Río de janeiro, en chozas y pensiones de Vietnam, en casas abandonadas de Detroit, en viejos edificios soviéticos del Gran Moscú y en monoambientes de Oslo, La Paz y Barcelona.

Desde que empecé a leer de forma profesional, e incluso un poco antes, entendí el dinero y el problema del dinero como un tema de lectura. No de lectores, para nada de bibliófilos, pero sí de lectura. ¿Por qué? No lo sé. ¿Se trata de una deformación profesional? Prefiero creer que la operación de leer comienza cuando recibimos o entregamos un billete. Ahí por primera vez en nuestras vidas se juega algo leyendo. Luego la vida se transforma en una larga rutina de lectura monetaria. Incluso cuando tomamos un cambio sin contarlo estamos negando una necesaria situación de lectocomprensión. Leemos también los precios escritos en las publicidades, el home banking en nuestras pantallas y los tickets, más primitivos, que imprime el cajero automático con nuestro saldo.

Mi amigo, el locatario austero, es escritor y periodista y su formación de lector es heterodoxa, como casi siempre hoy, pero se vuelve bastante ortodoxa cuando se trata de ciencia ficción o fantasy, lo cual también es una marca epocal. Lejos de agotarse en eso, sus temas incluyen también la política y la música, los libros como entidad material, el humor, la televisión, la gastronomía, los comics, el cine de industria y la web. La última vez que hablamos me contó que había alquilado una especie de duplex en una colonia con árboles y muchos espacios verdes. Era lejos, muy lejos de su lugar de trabajo, pero también, o por eso, era barato. Antes me había detallado todas las veces que en su vida adulta había logrado no pagar alquiler, lo cual estaba lejos de constituir un logro máximo, ya que el logro máximo no era vivir de prestado sino, insistía de forma obsesiva, pagar un alquiler barato, o mejor dicho obtener máximas prestaciones por un mínimo de dinero.

Hay algo lírico en esa pretensión. Algo que convoca pensar la neurosis contemporánea. Todavía no termino de entender por qué o en dónde lo registro. Esa métrica, ese ritmo, esa necesidad… El alquiler es una plusvalía siniestra mucho más todavía que la plusvalía tradicional. Cualquiera que haya entrado a una inmobiliaria lo sabe. Leemos los anuncios de los sitios de alquiler en Internet, leemos el detalle de los inmuebles. Nos imaginamos -ejercicio de novelista- viviendo en esas dimensiones, en esos lugares, con esos colores y esas texturas. Miramos mapas, ubicaciones, calles, medios de transporte. Es muy posible que la evanescencia del tema tenga que ver con el ánimo liberal que rige rubro. El alquiler siempre lo pone el mercado. Y ya es sabido que el mercado puede dar libertad y crueldad, puede entregar cuotas masivas de liberación y violencia, de angustia y humanidad. De hecho, hay pocas instituciones más humanas, en el sentido más esquizofrénico de la palabra, que el mercado regulándose a sí mismo. Nadie debería pagar por tener un lugar donde vivir y en la Argentina tener un techo es tan importante que está en la constitución. Así, las batallas privadas de hoy ¿cuales son? Entiendo que mi amigo es un héroe moderno, un adulto dramático que vive entre la practicidad y la utopía. Su lucha actualiza los anhelos y las frustraciones de todos los que pagamos un alquiler para poder tener un hogar. Quizás su reality show debería ser un libro. Pero no un acartonado libro de crónicas, con esos trucos de periodista domesticado, sino una novela, una ficción que pertenezca a ese mecanismo universal que ayuda desde hace siglos al hombre a darse la cara contra su propia existencia. No creo que lo haga. Su batalla es fuera de los mansos libros y la versión que ofrecen de nuestra cultura.