Lunes. Hoy es feriado. Me despierto temprano. No puedo dormir. La calle está vacía. Leo que ayer el artista ruso Piotr Pavlenski incendió un banco en París.

Lunes, más tarde. Me duele el ojo izquierdo.

Martes. ¿Por qué tanta cosa con el romanticismo alemán? Con ellos se inaugura, entiendo, la forma de leer que rige hasta nuestros días y que llamamos “modernidad.” ¿Ansiedad? Detente, sol, en Gabón, y tu, luna, en el valle de Ailón. Leyendo un poco sobre Churchill, premio nobel de literatura, encuentro esta cita de un discurso a la Palestine Royal Commission, en 1937: “I do not admit that a great wrong has been done to the Red Indians of America, or the black people of Australia… By the fact that a stronger race, a higher grade race has come in and taken its place.” Este Churchill, no otro, era el que luchaba contra el fascismo europeo. Leo un titular: “Los últimos supervivientes del Apocalipsis: estarán en la Tierra hasta que las aguas hiervan y el Sol muera.” Qué incómodo. Los supervivientes van a ser, según la nota, “los indestructibles tardígrados, unas criaturas microscópicas con aspecto de oso, resistirán todas las catástrofes astrofísicas posibles, incluidos rayos gamma, supernovas y asteroides.”

Miércoles. Duermo mal. Casi no duermo. Llego al trabajo temprano. Me duele la cabeza. No puedo leer. Leo igual. ¿Qué leo? Siento la cabeza llena de arena caliente. Lo que escribe Pedro Mairal no me interesa. Le reconozco algún talento. En la tapa de un suplemento de La Nación se avisa que es un escritor consagrado que toca el ukelele y hace manualidades con alambre. Que se joda. The expiration date on bottled water is for the bottle, not the water.

Miércoles, más tarde. “Este año les hablaré de la angustia.” Así empieza Lacan el seminario 10. Uno de los mejores comienzos de la literatura francesa. Aparte, leí que Hobbes decía que la pasión que hay que tener más encuenta es el miedo. Compré en Mercado Libre a ochenta pesos un ensayo, sin lomo, abrochado, titulado Friedrich Schiller y el primer romanticismo. Lo fui a buscar ayer a una de las librerías de viejo de la galería subterránea que tiene entrada por Córdoba y por Florida. La portadilla avisa: “Conferencia pronunciada en la Institución Cultural Argentino-Germana el 22 de septiembre de 1959 por el Agregado Cultural a la Embajada de la República Federal Alemana Dr. Ludwig Flachskampf.” Más abajo hay un pie de imprenta: “Buenos Aires, 1959.” Qué hermosa debe haber sido esa Buenos Aires. El doctor Flachskampf habla de Goethe y de Schiller en un tono que es casi coloquial y no dice nada que hoy, y seguramente en ese momento, tenga un mínimo viso de novedad. Pero es interesante leerlo, aunque él no lea y anticipe el estilo de Wikipedia.

Jueves. Quis custodiet ipsos custodes? Leo un titular: “Intentó matar arañas con un soplete y prendió fuego su casa.” La historia se desgrana de esa frase. Había insectos y arañas en el suelo de una casilla precaria, el dueño las quería erradicar, usó un soplete, el fuego azul comenzó a calentar partes inflamables, de madera, fácilmente combustibles… Pero no fue en Argentina, fue en Arizona. Ese detalle no lo esperaba.

Viernes. Ayer, día libre. ¿Qué hago? Me miro al espejo. Me descubro canas. Está bien. Pero también unas entradas profundas que me asustan. La frente avanza por sobre mi pelo. ¿Se me está cayendo? Busco en Internet algún tratamiento. Hay un centro en Flores donde hacen una evaluación capilar y luego ofrecen el tratamiento según el resultado. La evaluación es sin cargo. Llamo por teléfono. Me ofrecen una cita de evaluación esa misma tarde. Acepto. No tengo nada que hacer. Cuando llega la hora, salgo y camino. Llego al lugar. Me atiende una recepcionista y un hombre vestido como un médico. Pasamos a un consultorio. Hablamos de cómo me lavo el pelo, si lo tengo graso, qué edad tengo, de qué trabajo. Me pregunta si algo en mi vida cambió para generarme stress. Me dice que el tratamiento es natural, sin pastillas ni hormonas. Después agarra un objeto con forma de linterna unido a un cable y me lo apoya en la cabeza. En una pantalla se ve mi cuero cabelludo, los pelos, más finos en la frente, más gruesos hacia atrás. Sí, dice el especialista, es la edad, es la grasitud normal que asfixia la piel, pueden ser los nervios. Bueno, agrega después, pueden ser tantas cosas... Me habla de genética. El deterioro no está avanzado. Se soluciona con un poco de kinesiología capilar. A medida que avanza la consulta me doy cuenta que quiero retener todo lo que dice, sus gestos, sus conocimiento. Me ofrece una cantidad de sesiones. Se puede pagar con tarjeta. Pago en la recepción. Me hacen el primer masaje. Luego me colocan unos electrodos. Me siento ridículo. Pero hay silencio y puedo leer. Tengo que terminar Organismos, estructuras, máquinas, así que lo saco, lo abro en la página marcada y enseguida instintivamente toco los electrodos que tengo en la cabeza. Cuarenta minutos después salgo a la calle. Si puedo leer, pienso, es algo que puedo hacer con placer. Esa noche sueño que entro a un cuarto y hay una mujer con un solo ojo que me dice: “Mirame, mirame.” Me da impresión mirarla. Un solo ojo, como un cíclope. “Mirame, Juan” me dice en el sueño. Pero yo no la miro de frente. Y la mujer me dice: “¿Soy rara? ¿Eh? ¿Soy rara?” Pero yo no respondo.

Sábado. ¿Cuál es el mejor lugar para leer? La única respuesta es: un libro que te gusta. El mejor lugar para leer es un libro que te gusta. A veces incluso uno que no te gusta. Ahí vas a tener la cantidad de silencio y ruido que necesites. Así y todo, tener tiempo y silencio ayuda. Como también ayuda no estar ciego. Ni siquiera tiene que ser un libro. Y el sol se detuvo, y la luna permaneció inmóvil, hasta que el pueblo se vengó de sus enemigos. ¿No está escrito en el libro del Justo?