Lunes. Guerber narra un episodio: “Una vez vi a un viejo profesor cayendo por las escalinatas de la Universidad de São Paulo. Caía unos escalones, se levantaba, volvía a caer. El proceso de caída me llamó mucho la atención, porque demoró alrededor de 15 minutos para llegar al límite inferior. Yo lo observaba atentamente. Conté siete caídas. Después el viejo profesor pasó a mi lado y le agradecí efusivamente el gran espectáculo. Era de noche. Posiblemente nosotros dos (el observador y el observado) hayamos sido los únicos habitantes del campus de la Universidad. Esa noche llegué a casa y me quedé hasta las 4 de la mañana leyendo a Beckett. Así funciona el arte, queridos amigos.”

Martes. Leo La otra guerra: Apuntes para un análisis de la moral progresista, una reseña de una película, titulada Kriegen, escrita por Marcelo Barros. La película no me importa, es la clásica vuelta del soldado, entiendo. Pero la nota es excelente y termina así: “La historia es trágica porque la guerra lo es. Sobre todo si se hace en nombre de la humanidad, que es, de todos los motivos, el peor. La moral progresista abomina de la violencia al punto de la forclusión. Esta aversión caracteriza, según Carl Schmitt, al pathos liberal propio de la cultura del mercado. La no-violencia del progresismo políticamente correcto no es la de Gandhi ni la de Martin Luther King. Es la de la humanitaria inyección letal.”

Miércoles. Ayer, cerveza de buena calidad. Hoy, resaca. Una frase de Hernán Vanoli: “Solo las personas disciplinadas por instituciones que no reflexionan sobre sí mismas pueden creer que la literatura es un acto revolucionario.” Hay en esa breve frase toda una ética. Y luego leo a Guerber: “Nosotros, que le pusimos el pecho a las balas y ganaron las balas.” Noticia del Dailymail: un judío de dieciocho años fue expulsado de un colegio de Alemania porque hizo el saludo nazi. Se llama Maksym M, y lo echaron de la Blindow Schule de Leipzig. ¿Hay algo que se cierra ahí? So many levels. Maksym M. Buen nombre. Con mucho de título de película.

Jueves. Leo sobre los trabajos de la doctora María Ximena Senatore que estuvo haciendo excavaciones arqueológicas en las Islas Shetland del sur, Antártida. Después la escucho dando una charla en el museo. Me reprimo y no le pregunto si leyó a Lovecraft. ¿Leerlo in situ? ¿Qué libro llevar a una expedición arqueológica en islas antárticas? ¿Llevar o no llevar En las montañas de la locura? Mi primer reflejo siempre es el Quijote. Sobral dice que una buena biblioteca es imprescindible para sobrevivir —creo que usa esa palabra— en la Antártida. Y Richard Byrd se enterró un invierno con la excusa de que quería leer y escuchar música. Pero en Alone apenas menciona qué es lo que lee. La otra pregunta es ¿se puede leer con tanto frío?

Viernes. Leo El ocaso de la ilustración. La polémica del spinozismo con ensayos y artículos de Jacobi, Kant, Johann G. Herder, Goethe, Moses Mendelssohn, Thomas Wizenmann, traducidos y curados por Jimena Solé.