Lunes. Compro libros y no los ficho. Me pasa muy seguido. Del viaje a Rosario me traje La ironía de Vladimir Jankelevitch y El mal de Safranski. (Con el proyecto quizás de leerlo en conjunto con el ensayo de Eagleton sobre el mismo tema. La versión alemana, la versión inglesa. Tienen que ser necesariamente diferentes.) También en el Parque Rivadavia, una librera que ya me conoce me vendió la correspondencia de Victoria Ocampo con Roger Callois, editada por Sudamericana. (Roger Callois le dice en un momento: “Usted es una salvaje.”) Por Mercado Libre, El señor Borges, libro de memorias y anécdotas que hizo Fanny, su mucama. En Waldhuter, por donde pasé hace poco, un pequeño librito de Piglia donde retrata narradores norteamericanos y Personae, los poemas de madurez que Pound escribió antes de los Cantos.

Martes. Complicaciones varias, de pequeño calibre, pero igualmente incómodas al punto que me hacen replantearme cuestiones bastante consolidadas. “Paciencia” me digo. Hay que tener paciencia. Eso es bastante claro. Pero ¿cómo diferenciar la paciencia de la pereza, de la espera conservadora, abúlica? Si hubiera hecho esto en vez de eso otro... Siempre la misma duda. Pero puedo saltar por sobre la duda. Lo hago seguido. Sin embargo, no puedo reducir ciertos mecanismo temporales. La paciencia no debería implicar la muerte. Un poco de muerte en algunos casos es demasiado.

Miércoles. Reviso al pasar, los cuentos de fantasmas chinos de Larcadio Hearn. Me interesan muy poco. Quizás no los entienda.

Jueves. Ayer llegué muy cansado a casa y puse Taxi Driver. Es una película muy buena. Era de madrugada. Afuera, la calle estaba en silencio.

Viernes. Guerber me escribe, informándome sobre su actividad onírica. Dice: “Sueños de anoche: São Paulo y Río de Janeiro. São Paulo, atrapado en un ascensor. Río, me robaban todo en un hospedaje.” Su conexión con Brasil es insobornable. Luego, en Twitter lo veo atacando a los científicos melifluos. Me genera admiración.