Lunes. De visita en Buenos Aires, Guerberoff vino a cenar a casa el sábado. Me dijo que soñaba con la ciudad de San Pablo y que los antiguos matemáticos podían descomponer un círculo y transformarlo en un rectángulo. El viernes Jerry me regaló Unión del Personal Civil de la Nación. Nuestra casa, nuestra historia, nuestras luchas, una documentada investigación y reconstrucción de la historia del sindicato. Trae muchas fotos. Es un libro muy bien editado. Pero lo mejor son las historias, lentas, de sus personajes, sus caras, los trajes de la década del 50, los sombreros, el ambiente general de radio AM y noticiero de las seis. Más tarde, en casa, escucho la obertura de Don Giovanni. Es rítmica y agresiva pero también melódica, señorial y alegre. Es posible encontrar en ella reflejos de los personajes y también de los diferentes estado de ánimo que la ópera. Por momentos las cuerdas son percusivas y la percusión se esconde en los graves. Los vientos -¿sobre todo las maderas?- aparecen para colorear o subrayar. Verdi va a entender muy bien que los italianos se aburren rápido y necesitan sobresaltos para empezar e invitarlos a quedarse. (Un problema que Wagner no tenía con paciente e introspectivo público alemán.) Creo que Verdi sacó mucho provecho de la enseñanza del Mozart compositor de óperas, en especial de esta obertura. Quizás por eso imaginar la escena de un joven Verdi escuchando por primera vez esta música me emociona.

Martes. Sol. Lluvia. Sol. Lluvia. El otoño porteño golpea con una llovizna y se esconde. Un titular del DailyMail: “Obese Macaque in Thailand nicknamed Uncle Fatty is rescued and forced to eat healthy food.” Dos versos de Herta Müller: “und nichts gerät/ im Alphabet der Angst.”

Miércoles. ¿Por qué no aspirar a ser Ezra Pound, humillado, loco, racista, caminando por Venecia o Roma, insultando a la gente, escribiendo en una libreta manoseada, exiliado, inquebrantable? Que mi Venecia sea el Parque Rivadavia, ahí con mi bufanda, mi Divina Comedia, que mi exilio sea el exilio de mis padres. “This is not vanity. Here error is all in the not done,/all in the diffidence that faltered…” Hoy entreviste a un suboficial enfermero de la Armada que estuvo en la guerra de Malvinas. Ningún hombre jamás me habló con tanta poesía.

Miércoles, más tarde. El estilo como un esfuerzo físico, de concentración, de control de la ansiedad. También como algo caro en relación al tiempo y al dinero.

Miércoles, medianoche. “La enfermedad infantil del izquierdismo en el comunismo.” La palabra clave es “enfermedad.” Leo un titular “51 personas famosas que murieron y nadie nota su ausencia.” Al parecer Los Ángeles está lleno de gente deprimida que anda en bata hablando por teléfono con antiguos amigos y mirando tv a la tarde. El sillón de cuero, la botella en el suelo. Afuera el sol, tibio, de California. Leonard Nimoy, Mr. Spock, no podía firmar autógrafos. Su representante se lo había prohibido por contrato. El pasto crecido y el agua de la pileta un poco verde en la casa del guionista, al final del Hollywood Boulevard.

Jueves. Leí “Algunas clases de vida”, un cuento que recomendó Gogui. Me fije y Dick lo publicó en Fantastic Universe en noviembre de 1953 con el seudónimo de Richard Phillips. El título original es “Some Kinds of Life.” Me pareció ya no malo, sino directamente pésimo. Una lectura ingenua de la guerra, horrible, idiotizante, pacifista a la distancia, sin meterse a pensar ni tematizar nada. Pero peor es el mecanismo tipo primer acto, segundo acto, tercer acto, acto final con extraterrestres. Ni siquiera se pone a pensar un poco los ejemplos, el rexeroide de Marte, el kryon de Venus, el gleco de Calixto. Es ridículo. Lo leí una vez y después lo repasé. Me da incluso un poco de vergüenza por Dick.

Viernes. Llamé al luthier para saber de la guitarra. Faltan unos días todavía, me dijeron. La llamada, desabrida, me hizo acordar a un compañero que tuve en el conservatorio Manuel De Falla. Tenía un par de años más que el promedio, hacía canciones y se las cantaba a los demás alumnos pero siempre incompletas porque tenía miedo -decía- que se las plagien. Trabajaba en aeroparque y tenía una foto con Serrat. La había pegado en el estuche de la guitarra. Recuerdo que su ignorancia y su avaricia me generaba desprecio.