Lunes. Estoy leyendo Europa de Carlos Godoy, un libro experimental no desde lo hermético sino desde el cruce de géneros. En Europa, el ensayo es sustraído a la responsabilidad pesada del mandato de la explicación devolviéndole a la prosa argumentativa un filo y una lírica magnéticas.

Martes. Fuimos a Las Heras, a la casa familiar, que estaba limpia y ordenada. Hacía calor. El pasto había crecido y la pileta tenía verdín en el fondo y algunas hojas pero el agua estaba bien, clara y fresca, aunque se viera de color verde y algo opaca. Nadé un poco. Después llegaron unas nubes y cerraron el cielo. La temperatura era de 32 grados. Pensé en salir. No se levantó viento. Hice la plancha. Miré los árboles. Sumergirse tiene algo de suicida, de anulación de todo lo que nos rodea. Después empezaron a caer algunas gotas. Pero no me molestaron. No tenía miedo a los rayos, porque estaban los árboles. Al final salí y mientras me secaba pensé, una vez más, en cómo sería vivir en Las Heras. Cuando hicieron el censo del 2010 tenía 11.000 habitantes. En unos días me voy a Malvinas. Puerto Stanley tiene apenas 2000 habitantes. Y ahí nunca hace calor.

Martes, más tarde. En Crónica publican las quejas que reciben por Whatsapp. Hoy leí una en la excelente tradición del basural de los arrabales de la literatura argentina. Se titula de hecho: “Un basural en Laferrere.” Lo firma una mujer, Débora Espínola. La prosa es sintética y sensorial. Lo copio entero: “La situación que vivimos los vecinos de Laferrere es desesperante. Frente a la estación de trenes hay un gran basural con neumáticos, animales muertos y achuras que dejan las carnicerías. El problema es que toda esa mezcla la vienen a prender fuego, lo que obligó a que en algunas ocasiones tuvieran que intervenir los bomberos voluntarios. Otras veces salimos nosotros con los baldes. Estamos respirando un olor nauseabundo e inhalando el humo tóxico que nos ahoga y nos genera problemas de salud. Es el caso de mi hijo, que estuvo internado cinco días conectado a un respirador, en terapia, y ahora tiene secuelas. Hicimos muchas denuncias en la municipalidad, hasta presentamos una carpeta con más de 300 firmas para que solucionen esto, pero nadie nos escuchó. Además de esta grave problemática, a la noche no hay un sistema lumínico y la zona es una de las preferidas de los travestis.”

Miércoles. Leo y hago el fichaje de Kelpers, ni ingleses ni argentinos de Natasha Niebieskikwiat, quizás el libro más tendencioso y mentiroso escrito alguna vez sobre Malvinas. En un suelto, apenas un recuadro, de una Revista Gente de 1979 se habla de la posibilidad de que le den el Nobel de literatura a Borges. Me fijo en la lista que hay en Wikipedia y leo que se lo dieron al poeta griego Odysseas Elytis “por su poesía, que, en el contexto de la tradición griega, describe con fuerza sensual y con lucidez intelectual la lucha del hombre contemporáneo por la libertad y la creatividad.” Es irónico pero leyendo esto me da la sensación de que los personajes de Borges tenían más chances de ganar el Nobel que el mismo Borges. Ahora, mucho calor en la ciudad. Una media de treinta grados. Encuentro la frase de Nathaniel Hawthorne. “¿Qué haría un hombre si se ve obligado a vivir siempre en el calor sofocante de la sociedad y sin poder jamás bañarse en la fría soledad?” Buenos Aires siempre te ama a su manera.

Jueves. Polígrafos ociosos y algunos académicos sin vergüenza inventaron a fines del siglo XX la posmodernidad. Con ese concepto lábil y estridente saquearon un buen rato las arcas de universidades, institutos y gabinetes. Ahora le una columna de José Nun titulada La posverdad marca el fin de una época. El copete dice: “Mientras cae el andamiaje racional del Iluminismo, las pasiones y emociones definen las creencias.” Copio un fragmento: “¿Cuál es el significado del término? Denota aquellas circunstancias en las que los hechos objetivos influyen menos en la formación de la opinión pública que las apelaciones a la emoción y a las creencias personales. Dicho de otra manera: para amplios sectores, que algo aparente ser verdad se vuelve más importante que la propia verdad, sobre todo si coincide con su sentido común.” O sea, se relanza algo muy parecido a la posmodernidad con otro nombre compuesto para ¿atacar el funcionamiento de la democracia? ¿Porque no les gusta Trump? ¿Para denunciar el anti-intelectualismo? “Urge tomar conciencia de las razones de fondo que han llevado a la emergencia del término posverdad” dice Nun. Qué urgencia rara. Viejos problemas, viejas ideas, nuevas etiquetas pero ni siquiera tan nuevas. ¿Qué densidad filosófica o semántica puede tener ese rótulo? El problema no es la mala, pésima, calidad del concepto sino como ese reblandecimiento publicitario nos sume en el aburrimiento. Más tarde, Robles me manda una cita de Protágoras que vivió entre el 481 hasta el 401 antes de la era cristiana: “Sobre lo justo y lo injusto, lo bueno y lo malo sostengo con toda firmeza que, por naturaleza, no hay nada que lo sea esencialmente, sino que es el parecer de la colectividad el que se hace verdadero cuando se formula y durante todo el tiempo que dura ese parecer.” Acá tenés tu posverdad antes de Cristo. En el diario de Gombrowicz: “Finalmente tengo que formular (pues veo que nadie lo hará en mi lugar) el problema fundamental de nuestro tiempo, aquel que domina por entero toda la espisteme occidental. No es el problema de la Historia, ni el de la Existencia, ni el de la Praxis, o de la Estructura, o del Cogito, o del Psiquismo, ni ninguno de los otros problemas que han ocupado el campo de nuestra visión. El problema capital es: cuanto más inteligencia, más estupidez. Vuelvo a este problema, aunque ya lo he abordado en muchas ocasiones... La estupidez que experimento –cada vez más y de manera cada vez más humillante–, que me agobia y me consume, ha aumentado mucho desde que me acerqué a París, la ciudad más estupidizante del mundo…”

Viernes. Resaca. Leo igual.