Lunes. Pienso que voy a ser Dalmiro Sáenz. ¿Qué implica ser Dalmiro Sáenz? Ser un Dalmiro Sáenz, un Eduardo Gudiño Kieffer, un Bernardo Kordon, un Juan José Manauta. Ser un escritor con una buena cantidad de libros de segunda línea. Conocer un poco de fama y un poco de nada. No quedar finalmente en ningún lugar para nadie. Alcanzar algunos logros como ser traducido al francés, o incluso un premio. Pero finalmente ser muy rápido comido por el tiempo y las elecciones divergentes de los lectores. Quedarse en lo contemporáneo que se avejenta y se va, se pierde, se olvida. Reaparecer cada tanto porque todos reaparecemos alguna vez, en una lista, en un recuerdo, en alguna trabajosa edición. Pero sin estridencias, sin explosión, sin memoria. No me veo otro destino. Tampoco el vaticinio me parece tan nefasto. Y la verdad es que me sirve y me libera entenderlo.

Martes. La ideología es producto de una existencia privada y pública, de saberes y de ignorancias, forjada en la solución particular y precaria que le damos a nuestra propia experiencia chocando contra el mundo y sus instituciones. Quizás suene muy tautológico, pero no hay en la ideología una respuesta inequívoca y general a los problemas políticos. Sino más bien al contrario. Lo que propone la ideología es una serie de preguntas que tienen respuestas ocasionales, nunca completas. La mayor fricción se da cuando se sociabiliza el proyecto ideológico y no el proyecto político. Y esto sucede porque, como decía Nietzsche, las ideologías no conviven. Se matan. Se asesinan. La disputa siempre es a muerte. Es la política la encargada de poner un marco a la violencia inherente, afirmativa y excluyente de las ideologías. La ideología está siempre, la política, a veces sí, a veces no.

Miércoles. Me llevo mejor con el anti-peronismo frontal que con el dudoso militante del bien que esconde su identidad en una mezcla liberal. En ese sentido, me gustaría que La Agenda, una revista digital que hace el gobierno de la ciudad, se asumiera de una vez como el medio gorila y antiperonista que es. El antiperonismo tiene sus cuadros, sus intelectuales, su pasión. La pasión antiperonista que hace tiempo ya que no es oximorónica. (Quizás un poco, depende del que la lleve adelante.) La ética, finalmente, decía el psiquiatra bonapartista, implica no retroceder frente al deseo.

Jueves. Leo en la web lo que encuentro de y sobre Marcelo Fox. Al parecer fue un personaje de la noche pop de los años 60, un poeta no muy dedicado, un bohemio que posaba de nazi, un gordo, un hombre alto, un diletante, un suicida. Su novela Invitación a la masacre, casi lo único que publicó con Señal de fuego, anticipa el terrorismo de estado de la década del 70, supongo. (Aunque esa es una lectura primaria, y hasta cierto punto empobrecedora. El primer escalón crítico.) Un fragmento de Fox: “Soy un genio. Nadie lo dude. En los cuatro puntos cardinales la humanidad entonando cánticos de adoración delante de mis altares. Pero los que me persiguen. Pero los que odian mi luz lo impiden. Tienen miedo. Tiemblan. No quieren verse reducidos a la Nada de la cual son hijos por el brillo con que desnudo su insignificancia.”

Viernes. Corrijo no uno, sino dos libros. La mayoría de las veces me encuentro en mi prosa. No es especialmente motivador. Pero tampoco tan pesado como hace uno años, cuando corregir era enfrentar todo tipo de monstruosidades fallidas. Soy Dalmiro Sáenz, no soy Marcelo Fox. Ahora escucho un disco. Mañana tengo entradas para Verdi en el Colón. Quizás después tome un trago por ahí.