Libros y Lecturas

Martes 14 de noviembre. Rio Gallegos. El vuelo está programado para las ocho. La cita para el desayuno es a las seis. El coronel y los ingenieros se levantan a las cinco. Me parece una exageración. Quiero seguir durmiendo pero la luz y el ruido no me dejan. La mayor parte de los pasajeros van a Marambio por el día. Viajan, están algunas horas, visitan la base y vuelven en el mismo avión que los llevó. Nosotros seguimos viaje.

Miércoles 8. La salida se pospone. Pasa de mañana jueves al viernes. Misma hora. Viernes de Palomar a Río Gallegos, hacemos noche ahí y el sábado cruzamos a Marambio.

Viernes. Ayer, llovió todo el día. De la mañana a la noche. Nos mojamos un poco cuando lo llevo a Carmelo al colegio. A la tarde, de vuelta, también nos mojamos. Siempre me mojo yo más que él. A la noche, secamos las zapatillas en la cocina. Él lo hace con alegría. Es buen compañero. Me habla de sus videojuegos. Muy pronto vamos a hablar de libros, de películas, de viajes, de ciudades y de música. Hoy, nublado pero sin lluvia. Lo llevo y notamos el tráfico del barrio cargado y enrarecido. Cuando vuelvo, la portera me dice que en Rivadavia chocaron dos colectivos, por eso las bocinas y los autos. (Las bocinas suenan todo el tiempo.) Agrega, enseguida, que chocó un 44 y otra línea de colectivo que no escucho. Después sí, con claridad: “La gente está muy loca, señor.” Y yo respondo: “Así es.” Mientras espero el ascensor, se escucha una sirena.

Martes. Llegó la biblioteca. Como todo lo que se compra por internet, es más chica de lo que parecía. Para mis libros necesito al menos cinco más así. Pero no me desagrada. ¿Por qué escribimos? Es una buena pregunta. ¿Por qué, como especie, nos dedicamos a escribir? Hay una necesidad de comunicación. Pero ¿por qué escribimos libros? Cuando los robots puedan escribir por nosotros, igual vamos a seguir escribiendo. Y cuando nuestra especie se extinga, porque la muerte es una garantía para todo y para todos, los que queden, humanoides, androides, zombies o cyborgs, van a seguir escribiendo.

Viernes. El lunes pasado perdí mis anteojos de leer en un colectivo. Me los puse en el bolsillo y se me resbalaron cuando me senté. (El pantalón es nuevo y sus bolsillos, grandes.) Necesito unos nuevos. El Hospital Italiano me ofrece turnos oftalmológicos para febrero. Estamos a fines de octubre. Son cinco meses de espera. Para ese momento el presidente de turno ya va a estar fracasando. (No, va a estar a la espera de que se inauguren las sesiones en el congreso.) Tomo un turno en febrero, sabiendo que antes voy a tener que ir a otro lado. También podría optar por cerrar los ojos y abrirlos para el carnaval.

Jueves. 12 de octubre, día de la raza. Lo celebro con una copa de vino, brindando por el almirante Colón, que le mostró América al mundo. América es un invento de los italianos, del genovés y de Vespuccio, que puso el nombre, hizo el mapa y bautizó esta tierra.

Domingo. Ayer sábado, Hamas asaltó el sur de Israel usando paracaídas a motor y asesinando a más de quinientas personas en un ataque sorpresa inédito en la historia de Medio Oriente. Por la noche, caminata nocturna por el Parque Centenario. En la entrada del Museo de Ciencias Naturales, los esqueletos de un oso y un tigre sostienen una pelea congelada, iluminada por lámparas halógenas. Buenos momentos de necesaria soledad bien administrada.

Miércoles. Compré muy barata la primera edición de Hegel y la dialéctica de Carlos Astrada. También en una librería de viejo, una edición de Huemul de algunos cuentos sobre Buenos Aires de Mujica Lainez dedicada y firmada por el autor. La dedicatoria dice: “A Silvitita, ¡oh pequeñuela con mucho aprecio! 9-VIII-79.”

Lunes. Una mujer joven y gorda en la televisión dice “somos la generación a la que el amor le tiene que dejar de doler.” Y yo pienso: sí, justo ustedes, a los que si los llaman por teléfono sin avisarles con un mensaje de texto antes, se asustan.

Lunes. Ayer por la mañana, aunque casi ya mediodía, visita al Museo de Arte Moderno de San Telmo. Varias muestras. En dos salas contiguas, una retrospectiva de arte efímero y destructivo de los 60 y otra, de los 80 y los 90. Hubo un poco de maldad ahí. La de los 60 es excrementicia, pasional, romántica, avasalladora, de colores oscuros, ocres y rojos sucios. Todo planteando un compromiso con el cuerpo y la politización rebelde de los espacios. La de los 80/90 es frívola, andrógina, inofensiva, festiva, pop… Almuerzo en Manolo. Por la tarde, lectura de la biografía que Groussac le dedicó a Pedro de Mendoza.