Con motivo de la Rural de Palermo, déjenme contarles una de las teorías conspiracionistas más deliciosas y por qué no vacunas de los últimos tiempos. Tal vez, sea cierta. Tal vez, no. Quién puede decirlo. Los conspiracionistas son gente que aportan muchos indicios pero no anda con muchas pruebas. De lo contrario, si algo de todo lo que dicen se demostrara este mundo sería muy distinto. Estaría por así decirlo, patas para arriba. Como dicen los conspiracionistas, debe estar.

La historia dice así: desde hace mucho tiempo, somos, dentro del orden galático, rehenes de un grupo de alienígenas que nos ha hecho cautivos con un fin muy específico. Estos seres no se alimentan, cual vampiros, de sangre, ni vienen, como suelen decir, por nuestra agua. No señor. No señora. Estos seres, denominados reptilianos –puede imaginar los motivos-, se alimentan lisa y llanamente, escuche bien, de sufrimiento humano. ¿Sufrimiento humano?, dice. Sufrimiento humano digo. Y, como podrá ver, estos reptilianos deben darse cada día una buena panzada.

Hay reptilianos cruzados con humanos –los llaman híbridos- que a lo largo de los siglos han ocupado lugares decisivos en el orden mundial. Hay familias completas de banqueros y millonarios –dice la teoría- entre quienes corre sangre alienígena por sus venas, en apariencia, humanas. Y esta gente, que cada vez son más, ordenan el mundo de tal modo que sólo nos queda al resto de los humanos de pura cepa, sufrir y sufrir. Cada tanto, cuando andan cortos de provisiones, los reptilianos desatan guerras. Cuanto más necesidad, más atroz la guerra.

“Somos ganado entendés para ellos”, cuenta un amigo que adhiere a la teoría reptiloide. “Nos creemos libres y los más pistolas del planeta, pero somos el último orejón del tarro. Unas vaquitas para los alienígenas”. Este amigo jura que pronto seremos rescatados por otros seres más evolucionados que los reptilianos y que entonces descubriremos el engaño y todo el sufrimiento que hemos generado, cual sudor, al divino botón.

Hasta que eso no suceda, uno puede darse una vuelta por la nueva exposición Rural de Palermo. Guardar un poco más de misericordia por el pasar de tanto ganado que, tal vez como nosotros en su fuero íntimo, se sienta libre. Y esperar para que los reptilianos no decidan, de la noche a la mañana, que los seres humanos somos candidatos al asado.