Lo llaman navaja de Ockham. Y es parte del pensamiento lógico. El planteo dice así: normalmente, la razón detrás de un acontecimiento es la más evidente de todas. Pero de tan evidente, nadie le presta atención.

Nos sucede todo el tiempo, siempre el ser humano se inclina a elucubrar mágicamente sin ton ni son. Busca las llaves en los lugares más impensados en lugar de comenzar por los más obvios. Ante la desaparición momentánea de alguien, concluye apresuradamente en secuestros extorsivos o, si es más volado, en raptos alienígenas. Una crianza con el cerebro freído por un sinfín de películas nos dispara toda clase de conjeturas boludísimas.

Como les decía, nos sucede todo el tiempo, no importa la cultura. Y la derrota Argentina en el mundial, no estuvo fuera de la regla.

Entre otras cosas se dijo, para justificar el acabose, que: el equipo está fraccionado. Que el técnico es un pánfilo. Que el técnico no está a la altura del desafío. Que Messi tiene problemas psicológicos. Que la Argentina se confió demasiado. Que en los Mundiales los equipos, en apariencia, inofensivos ya no son más insignificantes. Que tener tantas estrellas valuadas en millones las entregó un poco al ocio y al desinterés patrio. Que convocar a Sampaoli fue, en definitiva, un negocio millonario de la AFA.

Ante cualquier revés, somos los primeros en salir a buscar culpables. Cuanto más lejanos de la realidad, mejor. Nos deja más tranquilos.
Sin embargo, la razón de por qué quedamos fuera del Mundial, es mucho más sencilla. Mucho más evidente y más difícil de digerir. Y dice así: perdimos porque no somos tan buenos como creíamos. Y fin de la discusión.