Es hora de decirlo de una buena vez: ni los dibujos animados deberían salvarse de la avanzada feminista. ¿O alguien puede pasar por alto, en este contexto, un caso patológico como el zorrino Pepe Le Pew, que episodio a episodio, cambiaba el foco de seducción –para colmo con especímenes accidentalmente de otra especie-, y con fines no sólo poco santos además para nada infantiles? ¿Nadie va a ponerle freno a este felino desenfrenado?

O la tetosterona llevada al patetismo del loser Johnny Bravo, quien en su puñado de temporadas en Cartoon Network, estableció a la mujer sólo como blanco de reproducción biológica e inflada de su propia autoestima.

También, si uno busca un poco en el archivo de la memoria, encontrará rastros de machismo fosilizado en el Gallo Claudio, ese grandote jopudo, y, por supuesto, Isidoro Cañones, infiel, incorregible y piratón, quien, si lo invitaran a programa de panelistas de chimentos, sería sometido a torturas que hasta espantarían a Hannibal Lecter. Y bien se lo tiene merecido.

Estamos convencidos de que, si uno busca con detenimiento, descubrirá rasgos subliminales de supremacía del macho en Mickey Mouse, Bugs Bunny y el Pajarito Piolín. Y encontrará en las sombras detrás de esa fachada inofensiva, roedores mano larga, conejos lascivos, y pajaritos mirones de viejitas inocentes. Ninguno, si me permite ser categórico, tiene las manos limpias. Ninguno.

Si Hollyood y el mundo deportivo atraviesan el mani pulite anti macho abusivo, es hora de que la oleada llegue a las estrellas infantiles de ayer y de hoy. Y cuando eso suceda, le advierto: pocos quedarán en pie. Y hasta al cacique Patoruzú le temblarán las boleadoras.