Nada como el verano para darse cuenta de lo lento que viene la evolución humana, en relación a otras contingencias de la naturaleza. Ahí está, una vez más, el intento inútil por frenar el mosquito con repelentes, cada vez más inútiles. La búsqueda, infructuosa, por protegernos de un sol cada año más caliente y penetrante y nocivo. Nuestro recurso, ridículo, por eliminar la velocidad e intrepidez de la mosca con una palmeta que lleva un siglo sin evolucionar en lo más mínimo. Si somos la cúspide de la evolución planetaria, la corona de la creación, vamos a tener que hacer un esfuerzo un poco mayor por parecerlo, ¿no le parece?

Mientras por un lado, nos vanagloriamos en enviar misiones a Marte, crear la supuesta “máquina de Dios”, la realidad virtual y el 4G, en otros ámbitos hacemos agua. Mire si no, el rubro de los paraguas, cuya evolución es apenas un botón activador y esto es todo lo que puede dar al respecto, la creatividad del hombre. Flojitos andamos.

Si existiera una tabla de posiciones de la evolución planetaria, diría que el ser humano viene decayendo en su promedio. Que la copa esta cada vez más lejos y el descenso cada vez más cerca. Diría también que, ojo con el delfín, sabio, decidido, perfil bajo. Porque calladito él, tal vez un día, quién sabe, dé el batacazo y decida sacar su verdaderas ansias de poder y conquista, y nos elimine de la faz de la tierra. O, lo que es peor, nos esclavice a todos a fin de que dediquemos nuestras vidas, con el rigor de cadenas y latigazos, a extraer pescado suficiente para alimentar a toda su especie. Admitámoslo: nos lo tenemos merecido. Por vagos.