Pasa otro fin de año y queda el sabor amargo de los fuegos artificiales en aire, esa atmósfera de pos guerra que depara todo final de fiesta. El reino humano que celebra mientras el resto del reino animal lo lamenta, y un largo debate que aún queda abierto: ¿debe seguir siendo la pirotecnia de venta libre o debe estar restringida?

Fuegos artificiales: esa combustión espontánea de pólvora en sangre, donde el mundo quiere despedir el año y recibir el nuevo, sacando lo más profundo de su esencia humana: el deseo de detonarlo todo por los aires.

No importa cuán fatales se pongan las cifras de heridos, y cuánto arrojen las estadísticas de gente que pierde un ojo, de gente que se les queman los brazos, o que quedan carbonizados como Coyote del Correcaminos, los argentinos seguimos tirando cohetes. Somos petardistas por excelencia.

En estas fiestas, me contaron historias de pichichos que olfateaban cohetes y terminaron sin hocico. De animales infartados. Y de perros que, de tan aterrador el escenario festivo, que huyeron de sus casas sin mirar atrás. Una demencia.

Para nosotros, es pura fiesta. Para ellos, es una pesadilla.

En casa, de mis dos perras, una ni fu ni fa. Pero para la otra, las fiestas son un bajón. No hay sedante que le pare la taquicardia. Y el estrés postraumático le sigue varias semanas, y cualquier ruido de caño de escape, la pobre Renata, pega un salto. Cada año está más vieja, y cada año, el cuore le resiste menos.

Mi cuñada contó antes de los cohetes que en Estados Unidos, la venta libre de pirotecnia está prohibida. Que en cada ciudad, se tiran fuegos artificiales sólo en eventos organizados por el gobierno. Los petardistas tienen en cada ciudad su descarga de pirotecnia controlada. Y los pichichos duermen en paz. Es curioso: en el país donde las armas son casi de venta libre, donde se conseguían hasta hace poco balas en el Wall Mart, que la pirotecnia esté controlada, parece un chiste. Es difícil imaginar al presidente Trump conteniendo el gusto de encender su propio cohete.

Tal vez, quién sabe, el apocalipsis sea también como un gran festival de cohetes. Donde el que enciende la mecha es el propio Dios.