Cuánto extrañamos a Antonio Di Benedetto, sobre todo ahora, que escribir y publicar en redes es gratis como el aire y cada cual da rienda suelta a la escritura como si fuera expulsar heces. Justamente él que hizo de la economía de palabras, un sello.

Cuánto le debemos al gran Antonio que, en lugar de tener una prédica ideológica en los ’70 teórica y la distancia, le tocó sufrir en carne propia los atropellos militares. Di Benedetto sobrevivió, cuando era director del diario más popular de Mendoza, a una detención forzada y estuvo un tiempo desaparecido. En ese tiempo, incluso lo llevaron al paredón y simularon varias veces su fusilamiento. De allí dicen, Antonio no volvió a ser el mismo.

Pero no queremos ponernos sombríos y rescatar, en su lugar, el punto caramelo de su vida: su forma categórica de narrar. Como si en lugar de escribir, al igual que Borges, eligiera cada palabra con lupas y pinzas.

Su prosa es insuperable. Tiene algo de haiku japonés, de permitir que el silencio se exprese, de señalar ese continente blanco que duerme bajo el agua con sólo narrar la punta del iceberg.

La gente lo subestima a Di Benedetto: se piensa que Antonio es sólo grande por “Zama”, su novela cumbre, la que mejor plasmó una larga espera, y que hoy es estreno en cine con el sello de Lucrecia Martel. Sin embargo, Di Benedetto, al igual que el brevísimo Rulfo, fue todo intenso, todo parejo. Juan José Saer, antes de morir, lo sacó del polvo y le devolvió a su carrera estatura de leyenda, con el relanzamiento de sus obras completas por el sello Adriana Hidalgo.

Antonio, ya lo dijimos, no es sólo “Zama”, es también glorioso en “Los suicidas” y “El silenciero”, y sus “Cuentos claros” son un sinónimo de bella parquedad.

Siempre recomiendo a mis alumnos leer a Di Bendetto que es mi forma subliminal de decirles: no escribas palabras al divino botón. No escribas por qué sí, como descarga. Escribí a conciencia. Con un sentido. A ese estilo despojado tan suyo, lo llamé “stripped” y lo enseño en mis clases de escritura narrativa. Y siempre recomiendo a mis alumnos su autobiografía que habla tanto de su vida como resume su forma de poner palabras sobre el papel (aquí la puede leer:

https://plus.google.com/111609873003099993656/posts/CsNrBZCQdqq

Cómo lo quiero a Di Benedetto, el hombre que, en medio del palabrerío barato, de la discusión atropellada en la red sin ton ni son, hizo una pausa y se tomó un respiro para narrar con la mayor de las cautelas. Cuando lo que impera es la idea de que escribir es una plataforma para decir cualquier boludez y de cualquier modo –como las palabras no se agotan, ni si quiera hay conciencia ecológica de cómo usarlas con cuidado-, Antonio nos recuerda que el silencio del sabio vale más que mil palabras.