Durante años fui el biógrafo frustrado de María Amuchástegui. Digo frustrado porque nunca pude plasmar un libro. Así que, en fin, más que frustrado diría fracasado.

Durante años, me corrijo, fui el biógrafo fracasado de María Amuchástegui. Y eso me tuvo mal un buen tiempo, y ahora que ha muerto tempranamente me tiene aún más conmovido. Porque la moraleja del ascenso y caída de la estrella del fitness más mediática de la historia de la tevé local, tenía, para mí, el sabor de las grandes historias. Esas parábolas que merecen ser narradas por alguien. Y siempre me pregunté por qué nadie se atrevía a contar cómo una estrella del firmamento social podía caer por obra y gracia de un gas. Y, para colmo, un gas que nadie sabe a ciencia cierta si había sido o no expulsado en cámara, tal como señalaba el mito.

Si el documentalista Michael Moore fuera argentino, hubiera hecho una película con María. Porque su vida es reflejo de nuestra hipocresía: somos capaces de perdonar todo, estafas, robos, violaciones, abusos, pero un pedo no lo olvidamos jamás.

Los magos, los verdaderos magos, insisten en que la magia está hecha de palabras. Los conjuros son meras palabras de poder. Los magos dicen que hay hechizos que duran no sólo una vida sino que se extienden por generaciones como un maleficio que no se quita con nada. Me pregunto si a María le sucederá lo mismo.

Ella fue víctima de un desaire que no consta en ningún archivo de la televisión. Y que los supuestos responsables –en este caso, los conductores de La noticia rebelde-, siempre señalaron que no tuvieron culpas. Yo los entrevisté a todos, archivistas, productores, amigos, maquilladores, co conductores, gimnastas, y todos aún se preguntan de dónde salió la leyenda que tiñó su carrera de hollín.

La maldición de Amuchástegui llegó incluso a portada de los medios. Fue tapa de la revista La Semana. Y, a pesar del esfuerzo y talento de María, nadie nunca jamás lo olvidó. Es hora de que María descanse en paz. Y que nosotros nos ocupemos de recordar las cosas que merecen ser recordadas. Y esas sí que huelen mal.