No para de ganar premios, Abel Pintos. Pero, a la par, tampoco para de dar entrevistas que son un absoluto plomazo. Las confesiones de Abel son una sarta de naderías que lo convierten en, tal vez, uno de los personajes más difíciles de entrevistar.

Sus discos serán emotivos pero las entrevistas son una goma. Sin ir más lejos, su última entrevista en Clarin la titularon: “Al final todo, lo que me pasa me sorprende”. Un pelotazo en la ingle de la lucidez.

A veces, uno piensa que Pintos tiene, de asistente de speech, al mismo Fernando De la Rúa. O a Dany Scioli. Gente que ha sido capaz de decir la nada misma en muchísimas palabras pegadas.

A pesar de lo mucho que habla con la prensa, es poco y nada lo que sabe de la vida de Abel. Sabemos por ejemplo que nació en Bahía Blanca, que en los ’90 León Gieco le abrió la puerta grande de la escena musical, que es un obsesivo de la composición, y después, a otra cosa mariposa: no hay nada de dónde agarrarse. Abel dice que preserva su intimidad para mantener su vida doméstica inalterable. Que, como hijo de vecino, va al supermercado. Que no se hace el superstar decorando camarines como si fuera un Stone. Él es así siempre, sin artilugios y a cara lavada. Pero, si es tan así, para que poner tanto énfasis en cubrir su vida, ¿no es cierto?

Cada tanto algo salta en la existencia de Abel, misterioso, como los vómitos de Messi en pleno partido. Días atrás cuando recibió los Premios Gardel –obtuvo dos galardones más el premio de oro-, hizo una dedicatoria misteriosa a “Alma mía”. Y en un show en noviembre se quebró y largo a llorar en medio de un tema donde hablaba de una relación que sale como el traste. Los medios no saben para dónde agarrar.

Días atrás, los chimenteros se ilusionaron anunciando que, en una entrevista radial en Córdoba, Abel había abierto su vida sentimental. Pero cuando uno escuchaba la charla, sólo tenía un dato importante: Abel se afirmaba soltero. Buuuu. Otro bleff.

Desde hace tiempo, tomé la costumbre de leer cada entrevista que sale con Pintos. Primero, veo quién es el pobre periodista que le toca en suerte. Y luego, observo cómo a lo largo de la nota, el periodista fracasa en sacarle algo nuevo. Algo personal. Algo interesante. Algo, por así decirlo, auténtico. Y no un disco rallado que parece una eterna gacetilla de prensa. Y los periodistas, pobrecitos, los lamento muchísimo por ellos y les mando un cariño y condolencias, caen uno tras otro. Sucumben al espíritu soporífero de Abel y desde hace años, lo dejan invicto como el campeón Floyd Mayweather. Es verdad, las leo estas notas con un espíritu perverso y retorcido de ver fracasar al colega de turno, ante la muralla impenetrable de Pintos. Pero soy optimista: sé que el día llegará. Y habrá un golpe, una preguntita inocente y subestimada, tal vez de un mero pasante que podrá atravesar la barrera, lo tomará desprevenido, y la cortina, la gacetilla, y todo el discursito, se derrumbarán en la lona. Tal vez no sea ese un buen día para Abel. Pero no hay nada que se disfrute tanto en los medios, como ver un K.O. y que la verdad emerja de una buena vez.