Se llama James Spader y es el rey de los villanos. Nadie hace villanos como James. En el mundo de la ficción, lo consideran el actor más raro de la tevé. Un freak. La Rolling Stone lo definió: “gloriosamente bizarro”. No es bonito. No es fulero. Se ha puesto pelado para la nueva serie y eso le importa un bledo. Sus gestos van de la desgracia al desprecio. Se hizo fama con la retorcida “Sexo mentiras y video”, haciendo de voyeur, y con la automovlística y sexual “Crash”, en ambas exploraba el lado oscuro del hombre. “Me gustan los lados oscuros”, dice él. “Será por eso que me convocan para esos papeles”.

James fue el enemigo robotizado Ultron, en la peli de los Vengadores. Y hace cuatro temporadas es el encantador supercriminal de “The blacklist” tal vez, la mejor serie de intrigas, conspiraciones, sazonadas por amor filial, de la última década. James, en la piel de Reddingon, es prófugo del FBI que pasa información a la poli para atrapar a criminales que no le caen en gracia. Reddington es un dandy, un culto, ama el arte y ama las antigüedades. Ama el vino y ama la danza. Tiene esa dosis de bon vivant de Hannibal Lecter, pero con una inyección de nobleza y lealtad por la persona que él quiere. Ese doble juego lo vuelve irresistible. “Para mí”, dice él, “las cosas nunca son lo suficientemente raras”.

Spader es un freak, ya lo dijimos: no consume tevé y tiene una colección enorme de sombreros –muchos de ellos, los lleva su personaje-. Prefiere estar en familia. Tuvo un largo matrimonio, y crió a los hijos de su esposa. Es hijo de maestros en Massachusetts. Y dice que le gustan los personajes oscuritos. Le representan un desafío artístico. De cualquier modo, no le gusta demasiado actuar. Prefiere estar en casa. Tomar té. En fin, vivir la vida.

Spader es un crack y “The blacklist” es de lo mejor que hay en tele. Hay cuatro temporadas para disfrutar del raro entre los raros, en el punto caramelo de su carrera. Te queremos James.