Crónicas + Desinformadas

Si este mundo llega a su fin, una de las razones es por vivir un lema a rajatabla: use y tire. Más estrecha la distancia entre el use y tire, más se acelera este mundo en el acabose. 

Se llama pichiciego menor. Pesa 100 gramos. Es decir, lo mismo que una bolsa de galletitas. O un puñado de medialunas. Seguramente, ni enterado usted del pichiciego menor. Del anuncio que buscó tener peso en la agenda mediática de los últimos días, y ganar un titular en los diarios entre tanto titular tan rimbombante y con más urgencia que este. Pero resulta que el pichiciego menor es un armadillo de este tamaño –es decir ínfimo en relación a los otros armadillos- y vive nada más y nada menos que en nuestro propio país. Y, por si fuera poco, es de lo más tierno. Una dulzura de animalito.

Antes, visto desde ahora, éramos gente de lo más paciente. Hasta hace 20, 30 años atrás aceptábamos con receptividad zen, el llamado al fijo de un número misterioso, confiados en que el destino siempre traería algo bueno. Acudíamos a abrir la puerta ante el primer timbrazo. Soportábamos sin movernos de la silla, los cortes publicitarios. Y no nos parecía tiempo perdido, una charla telefónica con un primo lejano sin más propósito que charlar y charlar. 

Como todo el mundo sabe, en breve los niños vuelven a clase. Tras una larga temporada de vivir de vacaciones en pleno uso de la libertad, regresan al aula. Regresan a su celda. Y allí quedarán hasta una nueva suelta, medio año más tarde. 

Así como en otros países hay catástrofes climáticas, vientos repentinos huracanados, o azotes demenciales del mar que despierta de mal humor. Hay países que amanecen con la tierra trozada como si fuera cercenada por tijeras gigantes. Y lugares del mundo donde los ríos y mares desbordan, y todo se vuelve agua y más agua. En nuestro país, a Dios gracias, nada de eso ocurre, o sucede rara vez, en cambio, los medios alertan con titulares rojo bermellón, rojo semáforo cuando se dispara un evento que alarma a los vecinos y pone en jaque a la población nacional: los mosquitos. 

Habrá visto que en estos tiempos todo se presta, incluso la pareja. Ya la gente nada compra. Todo pide prestado. Alquila. Hace trueque. No quiere poner el billete para adquirir nada. Sin embargo, usted podrá prestarlo todo y pedirlo todo, pero hay una categoría que jamás de los jamases podrá ser incluida en este hábito tan generoso: el de los libros.

Ya lo saben: el calor, y su ola a cuestas, arrastra con todo. Sacude cosechas, arrecia en las ciudades, genera picos de consumos eléctricos récord y su consecuente corte de luz, y bate con todos los récords. Subidones históricos, persistencias en el tiempo nunca antes vistas, y un verano que se vive como el más acalorado que hayamos vivido jamás.

La gente que piensa que irse de vacaciones es una llave maestra, un escape para salirse del estrés y la vorágine de una vida que se escurre por los dedos, está, por supuesto, muy confundida. Si creen que es cuestión de cambiar, de un día para el otro, el rumbo del coche. O si confían en que el mar hace maravillas, o el bosque o la montaña o por qué no, la misma selva. Entonces, vamos a repetirlo: esta gente está muy confundida.

Al principio se habló del corazón. Que el corazón mandaba. El corazón dictaba qué hacía uno o dejaba de hacer. Era el tiempo de la corazonada. Del corazón roto. Todo giraba en torno al corazón. Pero luego, vaya uno a saber por qué, escaló al cerebro. El mundo se pobló de neurocientíficos que, afirmaban, podían explicarlo casi todo: en ese lóbulo, tomamos decisiones. Con esa parte, sentimos vergüenza. Con esta otra, nos viene el miedo. Con esa de por aquí, nos inundan los sueños. Y así. 

Cada dos por tres, aquí y allá se planta el debate de bajar la edad de imputabilidad. Los asaltos, en especial en tiempos de crisis, están a la orden del día en todas sus formas: carterista, salidera bancaria, motochorro. Los criminales eligen, de acuerdo a su perfil, el abordaje del crimen que les sienta más cómodo y sobre todo con más posibilidades de éxito. No es común que un carterista luego se incline a la salidera bancaria o se haga motochorro, estas son disciplinas que, en líneas generales, permanecen y se estabilizan, al modo de gremios del mundo del hampa.