Crónicas + Desinformadas

Qué ingrato es el periodismo. No tiene límites a lo que exige a sus celebridades. Les pide todo: belleza, talento, inteligencia, estado físico, renovación permanente. Los periodistas normalmente, son personas un poco dejadas, ojerosas, con tendencia al sobrepeso, protestones, resistentes al cambio. Son gente con todo tipo de fallas y desperfectos sin embargo, a la hora de criticar, son number one: allí están ellos para sacar el cuero donde haga falta. Para detectar la mancha en la blancura impoluta. Allá estará siempre un periodista para levantar un dedo al viento y aguarnos la fiesta.

La gente está alarmada por el nuevo eclipse que dicen, será histórico. Aunque siempre que hay eclipse los medios dicen que será histórico. La gente se preocupa, le viene el miedo al acabose. Siente que será el quiebre, el fin de un ciclo. Una cascada de desastres que se avecinarán de no se sabe bien dónde. El eclipse mete más miedo que brote del dengue. Los expertos en áreas diversas energéticas, advierten de un alerta rojo en todos los órdenes de la vida. El eclipse, juran y perjuran, lo afectará todo.

Las noticias de Marte son cada día más entusiastas. A los anuncios de Elon Musk de proyectar la primera colonia humana en el planeta rojo, se sumaron ahora los descubrimientos científicos que todos esperaban: efectivamente, al parecer, en Marte hay agua. Bueno, no lagos ni ríos a disposición, sino bloques inmensos de agua, tierra adentro, suficientes para verter el contenido de un océano en un planeta árido y frío. 

Cada dos por tres salta en los titulares la noticia de un osado que, mientras saca una selfie en un escenario de riesgo, sufre un accidente fatal que, en la mayoría de los casos le cuesta la vida. O como mínimo, queda lisiado. 

Si este mundo llega a su fin, una de las razones es por vivir un lema a rajatabla: use y tire. Más estrecha la distancia entre el use y tire, más se acelera este mundo en el acabose. 

Se llama pichiciego menor. Pesa 100 gramos. Es decir, lo mismo que una bolsa de galletitas. O un puñado de medialunas. Seguramente, ni enterado usted del pichiciego menor. Del anuncio que buscó tener peso en la agenda mediática de los últimos días, y ganar un titular en los diarios entre tanto titular tan rimbombante y con más urgencia que este. Pero resulta que el pichiciego menor es un armadillo de este tamaño –es decir ínfimo en relación a los otros armadillos- y vive nada más y nada menos que en nuestro propio país. Y, por si fuera poco, es de lo más tierno. Una dulzura de animalito.

Antes, visto desde ahora, éramos gente de lo más paciente. Hasta hace 20, 30 años atrás aceptábamos con receptividad zen, el llamado al fijo de un número misterioso, confiados en que el destino siempre traería algo bueno. Acudíamos a abrir la puerta ante el primer timbrazo. Soportábamos sin movernos de la silla, los cortes publicitarios. Y no nos parecía tiempo perdido, una charla telefónica con un primo lejano sin más propósito que charlar y charlar. 

Como todo el mundo sabe, en breve los niños vuelven a clase. Tras una larga temporada de vivir de vacaciones en pleno uso de la libertad, regresan al aula. Regresan a su celda. Y allí quedarán hasta una nueva suelta, medio año más tarde. 

Así como en otros países hay catástrofes climáticas, vientos repentinos huracanados, o azotes demenciales del mar que despierta de mal humor. Hay países que amanecen con la tierra trozada como si fuera cercenada por tijeras gigantes. Y lugares del mundo donde los ríos y mares desbordan, y todo se vuelve agua y más agua. En nuestro país, a Dios gracias, nada de eso ocurre, o sucede rara vez, en cambio, los medios alertan con titulares rojo bermellón, rojo semáforo cuando se dispara un evento que alarma a los vecinos y pone en jaque a la población nacional: los mosquitos. 

Habrá visto que en estos tiempos todo se presta, incluso la pareja. Ya la gente nada compra. Todo pide prestado. Alquila. Hace trueque. No quiere poner el billete para adquirir nada. Sin embargo, usted podrá prestarlo todo y pedirlo todo, pero hay una categoría que jamás de los jamases podrá ser incluida en este hábito tan generoso: el de los libros.