con escarapela

Por Luis Majul (Columna publicada en Diario La Nación) ¿Qué les pasa a ciertos seguidores de Néstor y Cristina? Pululan como autómatas por las redes sociales y por las puertas de entrada de los organismos públicos. Gritan consignas sin argumentos. Presentan como denuncias gravísimas hechos que podrían ser motivo de orgullo para los "acusados". Usan la palabra "gorila" como un insulto todoterreno. Sin embargo, cuando les preguntás si saben de dónde viene el calificativo o quién era Héctor J. Cámpora, te miran con una cara de desconcierto que provoca más pena que bronca. ¿Qué les pasa a los chicos (y grandulones) que andan por la vida tan cargados de odio y resentimiento? ¿Están así porque el Frente para la Victoria perdió las elecciones? ¿Se les atascó el disco rígido de la soberbia y no terminan de cumplimentar el duelo de la derrota? ¿Están envenenados porque se creían los dueños del Estado y ahora se les acaban los privilegios, las prebendas y los contratos fáciles? ¿En serio piensan que en apenas 45 días se puede responsabilizar al nuevo gobierno de "matar de hambre a la gente", "multiplicar la desocupación" e "instaurar la censura" en la Argentina? ¿Por qué se niegan a escuchar lo que el otro tiene para decir? ¿Quién les hizo creer que poseen la superioridad moral suficiente para sentirse mejores que los semejantes que no piensan como ellos?

 

¿De qué manual de práctica política sacaron la idea de que quienes ingresaron al Estado como recompensa a su militancia tienen que quedarse en sus puestos y resistir, como si esto fuera una dictadura? ¿Dónde figura que si no les renuevan sus contratos tienen que recibir una indemnización millonaria? ¿Pueden estar tan afectados, desde el punto de vista emocional y mental, como para festejar el principio de incendio en las instalaciones de TN y Canal 13? ¿Tanto los dañó la política de Estado de odio, resentimiento, ignorancia y consignismo que Néstor y Cristina desparramaron con su enorme chequera proveniente del pago de los impuestos de todos y todas?

Empecemos de nuevo. Aunque todavía no se conocen los índices de precios que miden la inflación, está claro que viene aumentando todo de manera exponencial. Incluso se le puede achacar al gobierno de Macri poca sensibilidad social. Y también falta de voluntad para disciplinar a los formadores de precios. En especial a los que fijan el valor de alimentos como la carne y los lácteos. Se podría agregar, además, que los aumentos de la tarifa de la luz, antes de la discusión paritaria y en medio de una aceleración del incremento de los precios, tienen más pinta de ajuste clásico que de decisión gradualista. Se puede, todavía, ir más allá y compartir la idea de que se debe tener mucho cuidado a la hora de desafectar un empleado público y analizar caso por caso, sin ningún prejuicio.

Pero para llegar a estas críticas "de la resistencia" tan tempranas y definitivas, ¿no sería imperioso, al mismo tiempo, reconocer que no hay índice de precios porque el Indec fue copado, desde el año 2006, por patotas que se dedicaron a perseguir a los mejores técnicos de la organización? ¿No se debería admitir que, además de la devaluación que provocó la salida del cepo, los Precios Cuidados se dejaron de cuidar en el mismo instante en que la mayoría del gobierno anterior cayó en la cuenta de que Daniel Scioli perdería? ¿No deberían aceptar que era una locura política, económica, social y cultural el congelamiento de las tarifas de energía eléctrica si al mismo tiempo los precios, en su conjunto, habían aumentado cientos y miles de veces, y que ese congelamiento explica en parte el colapso del sistema energético de la Argentina? ¿No se debería reconocer que es una maniobra completamente irresponsable designar más de 20.000 empleados públicos en menos de un mes, para no hablar de los más de dos millones de funcionarios de distinto rango que ingresaron al Estado desde 2003?

Si se trata de ser y parecer más nacional y popular, ¿por qué abandonar la soberanía energética que la Argentina tenía antes de 2003? ¿Por qué dejar de medir la pobreza, si tanto les importaban a Néstor y Cristina los sectores sociales más desprotegidos? ¿No insultó la inteligencia de millones de argentinos el ex ministro Axel Kicillof cuando adujo que medir la pobreza significa estigmatizar a los pobres? ¿Por qué no discutir con honestidad intelectual si el clientelismo y la corrupción sistemática son políticas virtuosas o atajos de los líderes del Frente para la Victoria con el objetivo de ganar elecciones y llenarse los bolsillos de manera personal?

Militantes del proyecto nacional y popular, ¿de verdad creen que los pagos millonarios que hizo Lázaro Báez a los hoteles de Cristina Fernández y Máximo Kirchner por habitaciones que muchas veces no se usaron son un invento de Clarín, la Corpo, los afiliados de Pro y de Cambiemos? ¿Ignoran acaso muchos de los que encabezan "la resistencia" que el fiscal Carlos Stornelli y el juez Claudio Bonadio ya plantearon la hipótesis de que se trataría del delito de lavado de dinero y que el pago irregular de Báez se podría interpretar como un "retorno", en agradecimiento al otorgamiento de por lo menos ocho mil millones de pesos en obra pública que el gobierno nacional le concedió a la empresa Austral Construcciones? ¿Esos asuntos, tan evidentes y escandalosos, pueden considerarse también parte del debate político o sólo se trata de gritar "gorila" o poner los dedos en V y vociferar "¡Aguante Néstor!", "¡Aguante Cristina!"?

Una vez más: Macri debería hacer efectivo el anuncio de impedir a las distribuidoras de energía eléctrica el reparto de dividendos si antes no usan el dinero del aumento de tarifas para invertir en el sistema. También debería intervenir en el mercado si los formadores de precios siguieran apostando al descontrol. Y además debería pedir a sus ministros que se ocuparan de revisar cada despido considerado injusto. Pero ¿en serio consideran que Cristina dejó un país parecido a Suecia y Macri lo está transformando, en pocos días de gestión, en una republiqueta bananera? A estos nuevos autómatas de la Argentina les sugeriría que no gritaran ni insultaran más. Que fueran honestos consigo mismos. Y que empecemos a intercambiar ideas sobre datos y cuestiones efectivas y comprobables. Porque cada vez se van encerrando más. Y se están retorciendo en su propio ensañamiento. Y, con todo respeto, el periodismo déjenlo para los periodistas profesionales. Somos los que amamos el oficio, más allá del gobierno de turno, los que estamos contando cómo balearon los gendarmes a los chicos de la murga de la villa 1-11-14. O los que estamos dejando constancia de la explosión de precios que está pulverizando el poder adquisitivo de los que menos tienen. Ustedes sigan haciendo política, pero dejen de gritar, de mentir y de insultar. Porque están cada vez más lejos de la realidad y también más lejos de la mayoría de la gente.