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Por Adriana Amado - @Lady__AA Cuando un dirigente insulta a un medio, por interpósita persona está despreciando a todos los que siguen ese medio. Y así la paradoja del funcionario iluminado, que es el tipo que cuando llega al poder se siente soberano y esgrime las mayorías que lo eligieron para reforzar sus potestades a la vez que desconfía de que esa ciudadanía sea capaz de elegir un diario o un noticiero. Algunos dirigentes llegan a convencerse de que solo ellos saben lo que le convendría leer a la ciudadanía y gastan millones del Estado para producir esos contenidos para lo cual designan gente con experiencia en cualquier rubro menos en el mediático. Así les salen medios poco creíbles en los contenidos e intragables en los formatos.

Aunque elegir un noticiero sea una decisión más reversible y con más margen de error se convierte en una elección con un peso tal que seguir a ciertos medios o periodistas convierte al ciudadano en enemigo de su gobernante. De ahí la idea de que todo lo que no replique el monólogo del poder se convierte en opositor aunque no correspondería aplicar una categoría partidaria a medios o ciudadanos críticos.

En las encuestas tendemos a responder que los medios influyen mucho en los otros, pero no en nosotros porque tendemos a considerarnos mejores que el resto. Así declamamos que la sociedad es corrupta, pero que nosotros no; que la juventud está perdida, menos nuestros hijos que están bien enseñados; que todos manejan para el diablo menos el que lo dice, y así. Pero como el efecto tercera persona alcanza a todos, también la ciudadanía considera que es más inteligente que ese que le dice en la pantalla lo que debería hacer y suele desarrollar más resistencia cuanto más enfático se pone el que intenta orientar su vida. No es extraño que después de años de cruce de munición pesada, solo el 16% de los ciudadanos responsabilicen al periodismo del conflicto con el gobierno, como concluye la encuesta de Management & Fit entre ciudadanos. La mayoría entiende que el gobierno es el responsable, o que a lo sumo, y en menor proporción, que ambos lo son. Las cifras de audiencia también confirman que los medios más vilipendidados por el gobierno son los que más sintonía ganan, a la par que aquellos que solo replican la versión oficial no logran captar las multitudes a las que aspiran.

Mirando para atrás en 2009, cuando el poder empezó a acusar al periodismo de “destituyente”, el 51% consideraba que el periodismo estaba cerca del poder, según una encuesta de Ipsos Mora y Araujo para Fopea. Esto confirma la paradoja de la comunicación: cuanto más se procura un efecto, más se lo evita. Por eso, aunque cierta elite considere que el periodismo está golpeado, los ciudadanos tienen mejor concepto del rigor profesional (48% dice que es bueno y muy bueno) que los periodistas, que creen mucho menos en su trabajo (solo el 27% se califica así de bien). Sin embargo, mejoró con relación a 2005 cuando, según la encuesta de Fopea, solo el 9% se ponía buena nota.

La investigación alrededor de los efectos de las noticias hace tiempo que viene comprobando que dependen de demasiadas circunstancias como para que los medios se lleven todo el mérito. En cualquier caso, el Latinobarómetro ofrece datos tranquilizadores para los que tienen miedo de la influencia de los diarios porque confirman que casi nadie los lee: el 55% de los argentinos no consulta diarios, el 14% solo los mira una vez a la semana y el 9%, dos días. Solo el 8% lee los diarios todos los días. Los porcentajes son parecidos en otros países: el 68% de los ecuatorianos y el 85% de los colombianos leen noticias menos de dos veces a la semana. Internet no mejora los resultados: el 89% dice no consultar noticias políticas en las redes ningún día de la semana frente al 2% que lo hace todos los días. Un estudio de CIO para 2013 confirmaba estos porcentajes, identificando solo un 15% de usuarios intensivos de medios en el distrito metropolitano, que es a la vez donde se concentra la principal actividad mediática.

Como en casi todo lo relacionado con el vínculo de poder, prensa y ciudadanos, la constatación no está exento de paradojas. Los ciudadanos no leen noticias, pero creen en los periodistas. Votan a un gobierno, pero no leen sus medios oficiales. Suponen que un medio puede poner o sacar un presidente, pero afirman que nunca cambiaron su voto por algo que leyeron. Quizás la conclusión más obvia, pero no por eso asumida, de la batalla entre gobierno y periodistas es que las noticias dejaron de ser relevantes para la mayoría de la población. Lo que vendría a decir que no ganó ninguno con el conflicto, sino que perdieron los dos.