mariscal perfumo

Por Pablo Llonto. Hoy, cuando Roberto Perfumo se ha ido y cuando con él se van algunas historias de periodismo que lo potenciaron, la memoria dispara reflexiones.

 

Allá por los sesenta, era impensado que se le permitiera a un futbolista o deportista convertirse en periodista. Los celos de los cronistas deportivos y el desprecio a las calidades personales e intelectuales de jugadores, atletas, nadadores, no tenían más que una filosofía discriminadora: para ser comentarista no debías estar contaminado por la “defensa corporativa” que provenía de tu carácter de colega de los deportistas. Un absurdo, como tantos otros miles, que gobernaron y gobiernan esta profesión. Ya se sabe, este periodista considera que todas y todos somos periodistas y que no hay carnet que nos impongan, ni título universitario, ni condición social, escolar, o cualquier otra, para que una persona ejerza su derecho a la comunicación y su derecho a la información. Algún día todos/todas podrán hablar por los medios.

Fue por los setenta que los deportistas comenzaron a dar la cara y a poner su firma y su sapiencia en el blanco papel de revistas y diarios.

Desde entonces, algunos estudiaron, otros no, primaron las caras famosas, pero lo cierto es que cada vez más el viejo prejuicio transitaba hacia el olvido. Estudiar periodismo no agregaba nada, y si no miremos a Bilardo.

¿Fue Perfumo el modelo de periodista-deportista? Digamos que lo suyo fue bueno, con la palabra justa para el análisis, se notaba que cada frase provenía del respeto y ejercía el poder de la memoria. Aquel programa “Hablemos de fútbol” por ESPN con Víctor Hugo Morales dejó para siempre (luego fue libro) la sensación de que se puede conversar y dialogar sin poses de vedette y sin mentiras.

Guíados por el escándalo, en cambio, algunos pretenden que todo sea lo mismo y por eso buscan o buscaron personajes como Nimo y Caruso para la pantalla. Caruso es lo opuesto de Perfumo, como Pagani es lo antagónico de Panzeri.

A Roberto Perfumo le faltaba la crítica punzante a la máxima dirigencia de AFA (defecto que distingue a casi todos los deportistas con micrófono, quizás porque aguardan algún día un trabajo) y cierta autocrítica sobre aquella violencia en el césped de los años idos.

Pero quién le discute el sello de uno de los mejores comentaristas y analistas del momento junto a Diego Latorre.

El periodismo de los gritones, de los desaforados, de los pésimos constructores de párrafos y frases, de los lanzadores de datos al voleo, de la repetida pregunta del siglo XIX a los protagonistas, debería repasar algunos programas de Perfumo.

Mientras tanto, la prensa del deporte lo despide con buenas notas, entre las cuales sobresalen las de Micaela Polak, su compañera en radio Nacional, las de Hugo Asch y Alejandro Fabbri en Perfil y la de Fabián Galdi en Los Andes de Mendoza.